38. Esto no se ha acabado.

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— ¡Chris, llegaremos tarde! — grité, a la vez que le golpeaba repetidas veces con una almohada en la cara.

A pesar de que estaba despierto, no se dignaba a abrir los ojos.

Y eso, no era algo bueno para dos adolescentes que estaban a punto de llegar tarde a su penúltimo partido.

Cuando por fin abrió los ojos, dejé la almohada a un lado y sonreí.

— Demonios, quiero seguir durmiendo. — protestó con voz ronca y se sentó.

— Lo mismo digo. — respondí, y rodé los ojos. — Roncas mucho.

— ¿Perdona? — me miró, ofendido.

— Es la verdad. — me defendí, y me golpeó con la almohada en la cara.

Después de quitarme la almohada de la cara, se acercó a mí con la intención de besarme, pero me levanté de la cama y me empecé a reír.

— Quieto, te acabas de despertar y te huele el aliento. — reí más e hizo una mueca.

— Eres cruel, pequeña. — se quejó, recogió su ropa y se levantó también para dirigirse al baño.

Una vez que entró en el baño, agarré una camisa y unos vaqueros junto con mi ropa interior para así vestirme antes de que él entrara.

Justo cuando terminé de ponerme mi ropa interior, Chris entró y me miró de arriba a abajo, antes de sonreír pícaramente.

— ¡Sal de aquí, Parker! — le grité, y puse mi camisa sobre mi torso en un intento de taparme.

— De acuerdo, me quedaré sin buenas vistas entonces. — hizo un puchero y se dio la vuelta, seguramente sin dejar de sonreír.

Me vestí y Chris volvió a girarse para luego volver a mirarme de arriba a abajo. Rodé los ojos, ignorándole, y entré en el baño.

Me cepillé el cabello, dejándolo caer sobre mis hombros, y hice todo lo que tenía que hacer antes de salir.

Bajé al salón, donde se encontraban James y Chris haciendo tortitas, y sonreí.

Agarré un plato con unas cuatro tortitas en él y me senté al lado de mi madre.

— Sabes que van a quemar la cocina, ¿verdad? — le pregunté, arqueando una ceja, mientras mordía una de las tortitas.

— Ellos insistieron. — se encogió de hombros y sonrió. — Por cierto, ¿utilizásteis protección? — preguntó, esta vez en un tono más bajo.

— ¡Oye! — la miré, ofendida, y se echó a reír. Dejé mi tenedor sobre el plato, fingiendo haber perdido el apetito, cuando ambos caminaron en nuestra dirección.

Se sentaron también con un plato de tortitas y, cuando terminamos de desayunar, cogimos nuestras mochilas y salimos de casa.

Ese día sólo íbamos a entrenar para el partido, por lo que no tendríamos clases en casi todo el día.

Cuando llegamos al instituto, nos dirigimos cada uno a nuestras respectivas clases, las cuales obviamente ya habían comenzado.

Por suerte para mí, la profesora de Ciencias aún no había llegado, ya que no sabía cómo mirarla después de lo que vi el otro día en el despacho del director.

Negué con la cabeza tratando de alejar ese pensamiento, y me senté en el fondo de la clase al lado de una ventana.

Saqué mi móvil junto con los auriculares y empecé a escuchar las canciones del nuevo disco de mi banda favorita, bueno, al menos eso hacía, antes de ser interrumpida por alguien lanzándome trozos de un borrador.

No soy tu princesa.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora