Capítulo 8: Puedes confiar en mi

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Me sentí extraño al despertar, todavía estaba algo mareado e iba en movimiento

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Me sentí extraño al despertar, todavía estaba algo mareado e iba en movimiento. Abrí los ojos y pude apreciar la borrosa silueta de Alex a un lado mío.

Iba conduciendo.

—Ah, ya despertaste. Que bien —liberó un suspiro aliviado—. Bueno, me ahorraste el viaje al hospital.

—¿Qué...? —pregunté, todavía muy confundido porque recién recobraba el conocimiento— ¿Ibas a llevarme al hospital?

—Claro, Kyle. ¿Por qué más iríamos hacia allá? —mantenía su mirada enfocada en la carretera—, ¡despierta!, sigues muy atolondrado todavía, ¿no?.

—Lo siento... —me llevé la mano a la cabeza.

—¡Dios! —una vez más liberó otro enorme suspiro de alivio— ¡Vaya que me asustaste!, nunca había visto a alguien desmayarse con la hierba. Aunque, nunca fume con personas tan novatas como tú... no más hierba de la risa para ti.

—Pero Alex...

—Noup —me interrumpió haciendo que me callara.

—Alex, no tuvo nada que ver con eso.

—¿No?, y entonces ¿qué te pasó?

—Bueno, supongo que me puse muy sentimental al recordar mi niñez. Y la ansiedad hizo su aparición como suele hacerlo cada vez que esto pasa —por suerte no fue un ataque de pánico.

De niño, me ponía mal tan seguido que Larry tuvo que llevarme al psiquiatra. Él dijo que tenía un trastorno de ansiedad severo cómo consecuencia del trauma que me causó haber visto a mi padre volarse la cabeza; esa ansiedad solía ir acompañada de mi némesis eterno, mis ataques de pánico.

—Espera, tienes... ¿ansiedad?, como... ¿lo dices tú o lo dice un doctor?

—La tengo diagnosticada desde los siete, es grave, y a veces la acompañan ataques de pánico severos como...

—¡Kyle! ¿Qué carajo? ¿Tienes problemas mentales y no me dijiste nada antes de que te diera marihuana?

—No digas problemas mentales, lo haces sonar como si estuviera loco.

—Pues lo que sea. Ahora con más razón, no volveré a compartir mi hierba contigo.

—No tienes porque preocuparte por mi Alex, yo...

—No me preocupo por ti —habló fuerte—, solo que no quiero cargar con tu muerte en mi conciencia.

«Claro, cómo no imaginarlo». Esas sí son palabras que parecen salidas de la boca de Alex.

Me torné a mirarlo con molestia —Que lindo eres, Alex...

—Yo sé que sí. Todo el mundo me lo dice, todos los días. Soy un galán.

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