Capítulo 5: Un amigo

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Esta vez si me desperté con los molestos rayos de luz que entraban por las rendijas de mi persiana

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Esta vez si me desperté con los molestos rayos de luz que entraban por las rendijas de mi persiana. Mi despertador sonó a los pocos minutos, «ya para qué...» hablé con voz lánguida, y lo apagué dándole un golpazo con la mano abierta

Para desayunar tomé un vaso de jugo de naranja y una manzana, tenía suerte de comer algo en el desayuno hoy, generalmente no lo hago porque prefiero quedarme dormido más tiempo y al final voy demasiado tarde a la escuela como para comerme un triste pan tostado, salía corriendo. Esta era la razón principal por la que estaba tan flaco.

Puse un pie en la puerta y lancé mi patineta por el sendero de concreto que estaba frente a la fachada de la casa, me quedé con los pies clavados en la entrada por un buen rato. Luego de lo que sucedió ayer no me quedaban ganas de ir a la escuela, hoy tenía clase de química, Alex era mi compañero, y con lo mucho que lo había molestado, no sabía como me iría en este día.

A unos metros del instituto me lo topé. Estaba recargado con un pie puesto sobre el tronco del árbol, tenía los brazos cruzados y me clavó la mirada en cuanto me vio.

Yo me giré al lado contrario, fingí no haberlo visto y seguí caminando.

—Oye, estúpido —lo oí hablar, sabía que se refería a mí, Alex no hablaba con nadie más en la escuela, no que yo haya notado. De todas formas no le hice caso y ni siquiera lo vi de reojo— ¡Tonto! —Continuó tratando de llamar mi atención con insultos— ¡Kyle!

Hasta que por fin dijo mi nombre decidí volverme a él. No fue tan difícil, era como educar a un perro.

—¿Sí?

—Ven —Me ordenó haciendo un ademán con la mano para que me acercara, yo me le quedé mirando fijo y no moví un pie hasta que dijera la palabra mágica—... Por favor —cedió finalmente, y rodó los ojos con fastidio.

Me acerqué hasta donde estaba, victorioso y sintiéndome Cesar Millan, el encantador de
perros.

—¿Qué pasa? —le pregunté parándome frente a él.

—¿Adónde vas?

—¿Qué? —solté la pregunta extendiendo las manos al frente.

No pensé que me lo estuviera preguntando en serio; yo, a unos cuántos metros de la escuela, con la mochila en la espalda y tan temprano.

—Voy a la escuela.

—¿Para qué?

—¿Cómo qué para qué, Alex? Para no terminar siendo un vago.

Se me quedó mirando como si lo hubiera ofendido, como si le hubiera dicho «así como tú».

—No te vas a convertir en un vago por faltar un día a clases. No vayas.

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