Décimo Octavo Capítulo

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El príncipe


Un rollo de película roto, imágenes borrosas, flashes que cortaban su memoria como una navaja cortando la cuerda que mantenía a la nave y al ancla juntas. Sonidos de una melodía de piano triste. Menta, pasto mojado ó té de manzanilla. De vuelta a la realidad, solo sentía el neutro sabor de la medicina y olía el alcohol con el que desinfectaban su piel aquellas enfermeras de blanco y manos toscas.

Cuando sus párpados se abrieron, su mejor amigo no estaba ahí hablándole más sobre su vida y su amistad, en su lugar, había una manta abrigadora color rosa pastel con dibujos de gatos sobre su cuerpo, sus párpados vacilaban mirando la oscuridad de la noche por la ventana en la que reposaba la nieve. Hacía tanto frío, sus manos tomaron la manta acomodándola hasta su cuello y busco la pantalla del pequeño control de la calefacción en la pared, encendido. Suspiro con nerviosismo y de pronto se preguntó si lo habían dejado solo.

Tenía miedo, demasiado si fuese lo suficientemente valiente para admitir; Elliot le habló de sus padres, de su hermana, de su carrera y sus hobbies, le contó de las chicas con las que salió, le hablo de lo que él mismo le había contado sobre Francia en un par de llamadas. Pero nuevamente, no había nada y cuando se atrevió a preguntar sobre Louis, el ambiente se había tensado como un hilo a punto de sucumbir a la presión, tal como su respiración.

—Cuando yo era gruñón y lo trataba algo mal solías decirme que él estaba tan solo como tú y yo, decías que él llenaba el vacío, que éramos una familia, sinceramente nunca estuve de acuerdo pero tú siempre lo ponías primero, incluso sobre mi y tu propia familia.

Cada palabra se sentía tan cierta como el dolor en su cuerpo, porque le explicaba cosas sobre sus padres, de su relación conflictiva con ellos y nada, no había nada que recordar. Elliot le hablaba de su fuerte relación con hermana mayor y nada. Le hablaba de Samantha, con quien iba a casarse años atrás y nuevamente, nada. Pero todo era diferente cuando mencionaban a Louis, a ese pequeño chico de mejillas hundidas y ojos estelares, cuando le hablaba de él recordaba esas melodías tristes tocadas por una gran piano en sus sueños, Elliot más tarde le reveló sin conocer sus pensamientos que Louis solía tocar el piano.

Y él sonrió amargamente, porque seguía sin recordarlo y le dolía pensar en su rostro triste que le prometía saltar a alta mar cuando su memoria se ahogase en el cruel azul.

—Respira pequeño pajarito, alas cerradas y ojos empapados, respira pequeño pajarito, estoy aquí — la puerta se abría con lentitud acompañada por una voz vacilante, lo primero que observó eran unas pequeñas manos cubiertas por unos guantes marrón sostener dos bolsas de plástico. — Las estrellas son señales para que te detengas, recuéstate aquí para amar, para que no me dejes más.

— ¿Louis? — su voz sonó sobre el silencio con fiereza, sus pupilas se dilataron al mirar el lado izquierdo de aquella huesuda barbilla teñida de un morado vibrante, abarcaba espacio hasta llegar al labio donde un corte grande resaltaba la piel pálida.

—Hey, shh. No debo de estar aquí, pero pensé que tal vez despertarías con mucha hambre —no llevaba su gorro de lana y los mechones de cabello en su frente daban paso a la mirada de Harry para notar una cicatriz rojiza en su ceja, mientras, el menor caminaba hacia él colocando las bolsas sobre la mesa a su lado. — ¿Tienes frío?

— ¿Qué te ha sucedido? — poco le importó el salvajismo con el que casi brinca de la cama, pero si los desconcertó la manera en que Louis reaccionó, dando un paso hacia atrás con un aura llena de miedo, como un animal acostumbrado a ser herido.

Las rosas llevan vendas➳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora