Vigésimo Segundo Capítulo

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Instantes eternos


Ardían como las banderas en un parlamento arruinado, sus manos se movían por su espalda con la terquedad de una brocha seca en un lienzo. El gris en las nubes no era visible ante sus pupilas, estas estaban tomando un viaje largo a Roma, sus piernas se movían como quien recupera la capacidad de caminar, de sentir cada fibra de músculo cayendo torpemente para después, amigarse con la euforia de una sensación perdida.

Sus labios se volvían los protagonistas de una tragedia renacentista, de amantes desesperados. No caían en un vacío de la existencia, ni flotaban sobre la utopía del encuentro al que habían esperado tanto tiempo, estaban ahí, en un limbo propio, edificado por sus deseos finalmente correspondidos.

Había instantes eternos de conciencia, en los que él deseaba detener la revolución sobre sus sentidos, pero el mayor no daría oportunidad alguna, porque el alma respondía sedienta cuando después de tantos años había finalmente sentido el desierto inundarse. Un tacto miedoso que manchaba su superficie de tierra, sangre y divinidad era la mezcla del paraíso en caricias.

El menor se sentía como un animal herido, que ante la caricia de un hombre compasivo no sabía cómo dejar caer las dagas que le resguardaban del dolor. Sin embargo, en aquel momento murmuraba suspiros de enamorada a cada beso que le era asaltado y cuando su cuerpo respondía, no se resistía, arrastrándose sobre el césped para besarlo una y otra vez.

—Eres tan perfecto para mí—su piel se encendía igual que las calles adornadas con flores de colores vibrantes durante los festivales. —No voy a ser capaz de parar este amor que siento— los alfileres en su cuello se volvían almohadillas jugando con la piel sensible.

—No lo hagas—rogó con la cordura suicidándose en el borde de sus labios húmedos.

Harry sonrió y volvió a empujarlo hacia él, la plenitud se volvía un concepto sencillo ante la sensación de ser correspondido, el final de una agonía tal como recibir noticias sobre los soldados después de los inviernos en la guerra. Las palmas del joven estaban en sus hombros mientras el otro par curioseaba su cintura, pequeñas lamidas contra su lengua eran el éxtasis para un ser miserable, sus dedos viajando a sus muslos con seguridad, sosteniendo su cuerpo como el hombre de las cartas que sostiene al mundo.

— ¿Me amas? — sin aire, guardaba como un obsesivo el espacio entre Louis y él, buscando respuestas en las mariposas invernales de sus pestañas y con una fracción de tiempo, sus párpados revelaron el ónix que consumía al azul de sus pupilas, aquel sentimiento le quitaría el sueño.

Si él había leído alguna vez sobre las almas gemelas, sabía que era así cómo debía sentirse, con estrellas colándose en los ojos de Harry que lo observaba como nadie más lo hacía. Tal vez no era suficiente, aún así acarició la nariz del joven que lo sostenía, provocando que el sol se olvidara de su labor en la galaxia y se escondiera en su sonrisa.

Un simple sonido de asentimiento no era suficiente, la luna hablaba de su amor y la tormenta los envidiaba, había una mueca en sus amables labios, necesitaba que Louis lo dijera ó si no, seguiría siendo aquel barco sucio, dolido y maltratado.

— ¿Sabes cual es el significado de tu nombre? —él negó enterrando sus dientes en el cuello del menor quien ante su intercambio temblaba. —Harry significa hogar... tú eres mi hogar— hablaba despacio, para que las sombras no se enteraran de la explosión. —Tu siempre fuiste mi hogar, mi corazón siempre estuvo en donde tú estabas.

Las partículas de polvo de los astros parecía descender sobre su cabello, Louis lo peinaba con una sonrisa en el rostro al tiempo en el que él se dedicaba a besarle la mandíbula. Pequeñas gotas de agua comenzaban a caer sobre ellos y los retoños de rosales eran olvidados mientras cargaba en sus caderas las piernas envueltas a su alrededor.

Las rosas llevan vendas➳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora