El ladrón
Había tres tazas de café negro en la mesilla, cada que una puerta se abría en la mansión la cerámica se estrellaba contra la madera, la melena chocolate de un león melancólico se agitaba al correr y asomar la mirada desde el barandal de roble oscuro y firme.
La séptima vez que lo hizo solo se encontró a una empleada cerrando la puerta principal, fue ahí que decidió buscar respuestas. Las palabras de Giselle eran como bastones sobre las palmas de su mano, se negaba a creer aquello que su supuesto mejor amigo y aquel otro chico le habían dicho sobre su rosa, se negaba a caer, a creer y ser engañado nuevamente. Sin embargo, el recuerdo de la mirada de Louis mientras negaba a las acusaciones parecía una ola humedeciendo las ramas de una trinchera en la orilla.
―Je ne suis pas ceci... [Yo no soy esto...]― lo repitió en su propia lengua, sintiendo la amargura del arrepentimiento pesarle en el paladar mientras lo pronunciaba, ahora conociendo lo que había significado.
Salió de la habitación maldiciéndose y caminó hasta la puerta del dormitorio de Louis, deseando con todas sus fuerzas que él estuviera ahí y que por estar en su vació no se hubiese dado cuenta de que había llegado.
―Non, vous n'etes pas. [No, no lo eres.]
La puerta estaba cerrada, algo pesaba en el aire alrededor del marco blanco de la entrada bloqueada, suspiro con algo ardiendo en sus lagrimales, el fuego en las yemas de sus dedos mientras restregaba sus ojos, se sentía como si hubiese algo maravillosamente maldito en el pie de aquella habitación.
Cuando finalmente se alejó de ahí, la densidad en sus hombros se descompuso y le caló en los huesos. El resto de las habitaciones estaban vacías, hasta que llego a la de Elliot, miro a los lados como si estuviera esperando alguna señal de advertencia alrededor pero no hubo ninguna.
Giro la perilla e inmediatamente percibió un olor nauseabundo a sustancias que no podía ni siquiera nombrar, el cenicero estaba inundado de colillas de cigarros y el cesto de la basura aprisionaba débilmente el olor de los condones usados y papeles con bocetos de pinturas arrugados. Frunció su nariz al ver pequeñas manchas rojas en la sabana, la ausencia de un espejo en el marco plateado del tocador, todo parecía desordenado y su garganta intentaba calmar la fuerte necesidad que tenía de vomitar.
Se acercó a la mesa de noche recordando que estaba buscando sus cuadernillos de cuero, había docenas de bocetos con formas distorsionadas por el carboncillo corrido y una llave. Río bajo burlándose de la ironía que le parecía su vida ¿estaba acaso dentro de la historia de una niña de vestido azul que había caído en la madriguera de un conejo? No entendía porque la llave parecía tan vieja, solo la dejo caer nuevamente sobre el cajón y salió de la habitación molesto, quería sus cuadernos, quería recordar, quería a su rosa en sus brazos.
No es mucho pedir, murmuró humilde mientras recordaba con una sonrisa satisfecha el calor de la piel desnuda de las caderas de Louis, casi como el único recuerdo al que valiera la pena sostenerse con un ancla.
―Señor Walton, el joven Elliot me ha pedido que le disculpe por no estar presente durante la comida pero ha tenido que partir a Australia con su padre ― Harry asintió, aun en sus aburridos pensamientos no deseaba verle la cara a su amigo, le estaba engañando y la mirada de Louis se lo había dicho, Elliot le ocultaba cosas.
― ¿Sabe dónde se encuentra el estudio? Estoy algo aburrido y quisiera leer un...
―Por el pasillo detrás de las escaleras, la puerta con vitrales, hay una pequeña estancia ahí, a mano derecha se encuentra el estudio― respondió el hombre con rapidez observándolo furtivamente. ―A mano izquierda está el estudio de arte del joven Elliot, aunque tengo entendido que usted prefería las letras a las acuarelas.
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Las rosas llevan vendas➳
RomanceObra terminada en Febrero del 2016 Roses wear blindfolds; Violets crack whips; candle wax dripping, teeth biting lips. (Las rosas llevan vendas; las violetas azotan grietas: velas derramando cera, dientes mordiendo labios) ―Michael Faudet, Sunday S...