Décimo Tercero Capítulo

4.6K 560 463
                                    


Fragmentos


Louis había visto muchas cosas caer y romperse durante su niñez, conocía muy bien la advertencia de la tía Ellie sobre correr cerca de los floreros en la casa, pero a él no le importaban esos jarrones vacíos, le importaba la vida de las flores dentro, así que ignoraba el dolor de los cristales enterrarse en sus piecitos mientras corría escaleras abajo buscando agua para las rosas como si se tratase de un pez fuera del agua.

Conocía las bofetadas de su tía y las miradas de rencor de su primo, de su actual esposo, pero los golpes de la noche anterior dolían aún más que los primeros, dolían demasiado comparados con los de Tía Ellie ó los comentarios sobre lo feo que era de parte de su mamá adoptiva, Sarah, quien nunca le había querido, quien le miraba con asco y pena.

Después de tantos años, creía que tal vez si merecía que le miraran así; porque a pesar de llevar un anillo en su delgado dedo, seguía siendo el mismo huérfano, al que nadie logró querer y al que ahora le habían arrebatado su libertad a golpes. Miraba la oscura pared del armario, imaginando una versión pequeñita de él desprendiéndose de su imaginación y diciéndole cual patético era.

Lagrimeo en silencio mientras seguía sentado en la alfombra del armario, rodeando sus piernas con sus brazos, porque no tenía frío, se repetía, intentando convencerse a sí mismo.  Él sabía que aunque llevará aquellas medias afelpadas que compró con doce años y que aún le quedaban perfectamente, continuaría temblando debajo del pijama de estrellas, por qué no era el frío lo único que lo hacía temblar.

Otra voz pareció colarse entre su mente, comenzando a decir que tan solo debía darle a Elliot lo que quería y no habría más golpes, ceder le ahorraría mucho dolor. 

― Pero no quiero, no quiero que entre de nuevo― se sorprendió respondiendo en voz alta mientras sus manos cubiertas por las mangas de aquella enorme sudadera roja removían las lágrimas que bajaban por sus mejillas.

Recordaba el modo en que su esposo se había hundido en él, sin cuidado y sin tacto, sus paredes internas ardían con los gemidos dolorosos que no lograba reprimir, el mayor los había tomado como iniciativa para dar rienda suelta a bruscos empujes que desgarraron su intimidad.

Louis escuchó en su mente el recuerdo del sonido de un vidrio romperse, el mismo de tres noches atrás, recordando como al entrar observo la imagen de un florero vacío, sin rosa alguna que rescatar. Los fragmentos en el suelo que habían servido a Elliot aquella noche para lastimarlo, porque el filo de la porcelana contra su espalda le estaba acelerando el pulso tan fuerte que debería de haber sufrido un paro cardíaco ahí mismo, pero no lo hizo, y ahora estaba escondido en el armario sintiendo que aquellos fragmentos de porcelana cobraban vida en su cabeza, como pequeñas conciencias.

Por un momento sostuvo contra su pecho el ramo de violetas pero el aroma le causaba náuseas, aquellas flores le recordaban a los moretones que vio en el espejo después de tomar una ducha. Aquel color le recordaba el modo en que Elliot tocaba su interior y como aquello no se sentía como amor. Tan pronto como las tomo, las tiró lejos de él, maldiciendo de nuevo su ingenuidad.

El recuerdo voraz de esa noche se repetía una y otra vez en su cabeza, voces débiles intentaban convencerlo de que Elliot le quería, qué solo estaba pasándola mal y se había desquitado con él.

― La gente que te quiere no te lastima así― esta vez no se sorprendió de las palabras que fluyeron de sus labios rotos en un susurro, con un tono agónico. Pero aquel fragmento no tardó en preguntarle qué sabía él de amor, si nunca le habían querido. No tardó en desaparecer aquella voz para darle lugar a otra, que murmuró que él nunca sería suficiente para alguien, la misma conciencia que había escuchado todas aquellas noches y días cuando veía a Harry con Samanta.

Las rosas llevan vendas➳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora