Vigésimo Octavo Capítulo

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Enséñame


La calidez de la franela contra su piel lo hacía luchar por querer mantener sus ojos cerrados, intentando esconderse de una realidad a la que no quería pertenecer más. Las palmas de sus manos se deslizaban sobre la tela bajo su cuerpo y el sonido del agua correr delicadamente acompañaba los suaves cantos de pajarillos a lo lejos.

Su conciencia aún dormía mientras sus párpados se abrían como las alas de una mariposa que había sobrevivido al invierno, la luz alrededor era blanca y detrás de las que parecían ser cortinas, el cielo con aroma a rocío en el aire lo hizo girar su rostro, sintiéndose de pronto más desorientado que antes. Inhalo el aire nuevamente, un olor floral cerca pero aún no se atrevía a mirar por completo, su memoria amanecía de a poco y la primera pregunta en aparecer en su mente fue: ‹‹¿Morí?››

Sus ojos se abrieron estrepitosamente, notando que se encontraba en una habitación que no reconocía. Lo primero que admiro fue el tapiz en la pared, color blanco y con dibujos de pequeñas ramitas, los muebles eran de una madera gastada pero a él le parecía hermoso como iban con la decoración, la cama poseía cuatro postes de la misma madera, con una tela delicada y transparente cubriendo su vista ligeramente.

Una mecedora, la cama, las mesas de noche y una tetera, las ventanas ocupaban la gran mayoría de las paredes, una enorme a su izquierda permitiéndole mirar los árboles llenos de frutas y flores, la segunda ventana presentándole la misma vista con una fresca brisa.

El joven sonrió, porque el cielo lucía como todo lo que deseo alguna vez, se movió bajo las sábanas hasta llegar al borde y admirar unas pantuflas algo grandes y afelpadas en el suelo. Sintió sus piernas chillar cuando dio el primer paso pero se mantuvo eufórico y siguió caminando, incapaz de seguir sin sostenerse de algo, así fue como terminó agarrado del barandal de una pequeña escalera fuera de la habitación.

Aún así su cuerpo terminó en el suelo después de unos débiles pasos, cerró sus ojos reprimiendo unas lágrimas pero al abrirlos y ver su ropa de color blanco, se repitió a sí mismo que el dolor se iría porque en el paraíso no había sufrimiento. Permaneció una enorme fracción de hora en el suelo aún con sus manos en la cima de la madera de la escalera, pupilas mirando alrededor, la pared de un color crema, un ropero con flores talladas y dos puertas un poco lejos de la cual él había salido.

― ¿No se supone que cuando mueres aparece un ángel a darte la bienvenida? ― preguntó con un reclamo que pareció más un susurro, pronto notando que su garganta dolía. Suspiro unos segundos, ¿Dónde estaba realmente?

Comenzó a gatear en el suelo, confiando más en sus rodillas y manos que en sus pies para sostenerlo. Apoyó sus palmas en los escalones para después empujar sus piernas, minutos más tarde estaba en el pie de la escalera, recordando los últimos momentos de conciencia, que habían sido pocos pero sabía que era así por las cosas con las que Elliot lo había drogado.

Sabía que estaba muerto porque así se había sentido, recordaba el dolor pero ya no lo sentía más, quería ver su cuerpo pero no parecía haber ningún espejo a la vista y mientras llegaba a la sala, arrastrándose sobre la fina alfombra color lila, comenzó a sollozar.

―Finalmente libre― pensó en la violencia con la que una vez fue tratado y sonrió por unos instantes antes de recordar lo que realmente había perdido. Sus ojos tristes miraron la casa, recordando cuanto él había deseado vivir en un lugar así, con su familia, con Harry.

Su llanto comenzó a incrementar, en posición fetal y murmurando que lo sentía, deseando que su príncipe lograra ser feliz sin él pero mentiría si no admitiera que se preguntaba si alguna vez él lo recordaría. Thomas apareció después en su mente y así entre lágrimas pidió porque Harry le diera esa familia que él no le pudo dar.

Las rosas llevan vendas➳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora