Vigésimo Capítulo

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Consejo de hermana


Podía sentir el movimiento de las placas bajo su piel, temblaba con la intensidad con la que la tierra lo hace en medio de una catástrofe y él tal vez lo era. Sollozaba tan adolorido como lo hacía un violín descompuesto, con la punta de su nariz sonrojada mientras pequeñas gotas caían sobre el mármol.

― Rosa―murmuró atrayendo su atención, cual caja musical, una melodía inmediata creció en algún lugar de la oscuridad cuando sus pupilas de laguna lo miraron. En dos parpadeos se encontró observando sus manos, había sangre. ― ¿Pequeño?― se veía como si quisiera responderle pero no saliera nota alguna de su boca, se veía adolorido. En otros parpadeos, las marcas comenzaban a crecer. ―Louis, no― el camino de sangre le indico una dirección sagrada y él quería correr.

La habitación parecía hacerse inmensa, la lobreguez crecía pero su pequeña rosa seguía ahí, inmóvil e intensa. El sonido ronco de un golpe se hizo presente, la sangre comenzó a escurrirse por el borde de su delgado labio, el ruido parecía convertirse en los gritos de los buitres cuando han encontrado a su presa en el desierto.

Indefensa.

― ¡Basta!―pero era solo un murmullo para ellos y en un parpadeo, Louis estaba en el suelo, desnudo, lleno de galaxias de dolor. ―No, no ¡Louis! ¡Louis!

La sensación de despertar fue como una caída silenciosa, llena de alivio mientras intentaba recuperar el aire:

―Fue solo un mal sueño...―había un tono de serenidad y luto en sus palabras. ―Respira, respira― era como si aquel proceso tan natural fuera olvidado y él buscaba desesperadamente aprender a respirar de nuevo.―Así, ¿ves? solo un mal sueño...todos los tenemos, tranquilo.

― ¿Tú los tienes? ― no fue su intención que su voz sonara tan magullada y definitivamente no lo era perderse en aquel laberinto que era el cuerpo del joven frente a él.

Quería quedarse aprisionado a su cintura durante la eternidad, era ahí donde deseaba reposar su cabeza cuando muriera a los ciento veinte años con un Louis lleno de arrugas.

―A veces ― ningún sabio podría refutarle acerca de lo perfecto que era aquel muchacho que sostenía su mandíbula con el cariño con el que una niña recoge una flor de la planta que sembró hace décadas.

Él sabía, realmente estaba seguro que su amor no era espontáneo, el amor nunca lo es, no el verdadero, este amor suyo, esos sentimientos, habían florecido desde años atrás y se extendían como un rosal indestructible, con raíces enormes que brotaban de un recuerdo en particular, el de la primera vez que sus labios se unieron.

― ¿Qué sucede en tus pesadillas? ― pregunto sintiendo la gracia emanar de las yemas de sus dedos, los mismos que ciegamente se apoyaban en la cadera del menor, les gustaba estar ahí, sobre la piel desnuda que exponía inocentemente la pijama.

―En mis pesadillas te vas―solo tal vez él creía que había algo maldito en la sensación de mariposas migrando al norte de su cuerpo, residiendo en su barbilla donde Louis lo acariciaba, causando un revoloteo acelerado como el del motor de un auto descompuesto que se enciende, pero no arranca.―Y en todas las ocasiones, no regresas―el minuto de silencio parecía ser ley y romperlo, tenía la consecuencia de un magnicidio, pero él necesitaba saber. ―Nunca regresarás.

― ¿Quién te lastimó? ―anhelaba por todos los cielos encontrar la manera de cuestionarle sin que la pregunta sonase como una cortina siendo desgarrada.―En mis sueños te estoy perdiendo y me aterra que suceda.

Las rosas llevan vendas➳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora