X. Castigo

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Habían pasado tres meses ya desde el incidente que había ocurrido con el vampiro que irrumpió en mi habitación. Había recibido más de treinta cartas de mi madre contándome millones de anécdotas (las cuales respondí todas), y había estado estudiando.

Respecto a mi madre, parecía muy feliz de que papá estuviese en casa. En todas sus cartas narraba lo sucedido con su típica escritura rápida, la cual utilizaba nada más cuando estaba muy animada y quería escribir millones de cosas a la vez. Me divertía mucho leyendo sus historias de como la vecina se enfadaba porque mi madre podaba las hojas de su árbol que daban a nuestro jardín. O también de la discusión que había tenido en el mercado con otra persona que pensaba llevarse el último envase de papitas que ella necesitaba (dudaba mucho que mamá lo «necesitara» realmente).

Papá se encontraba genial, había estado descansando, pero pronto tendría que volver a cumplir las misiones encargados por la Asociación de Vampiros. Me entristecía un poco que papá tuviese que trabajar todo el día, y sentía que mamá se quedaba sola muchas veces. Así que le aconsejé volver a retomar el trabajo. Para mi sorpresa, mis padres ya habían hablado de ello y habían hablado con la asociación. Mi madre volvía al trabajo.

Por otro lado, y dejando de lado a mis queridísimos padres, gracias a Zero yo no era un vampiro, pero al verlo en unos de sus ataques intentando controlar su sed insoportable, decidí darle un poco de mi sangre para evitar posibles problemas. No dudaba de la fuerza y resistencia que Zero pondría a consumir sangre, sin embargo, no confiaba en su resistencia mental para no quitarse la vida. El odio que le tenía a los vampiros era... inmenso. El odio que se tenía a sí mismo, aún más.

Todo estaba tranquilo en la academia, lo único que me molestaba era la misión que los vampiros parecían tener: «dejar sin sangre a Kazouyoshi».

Anótese quien quiera, por cierto.

Desde que Zero bebió de mí, no nos hemos hablado o encontrado de nuevo, claro que nada más cuando había que controlar a La Clase Diurna. Siempre que salía caminando por ese largo camino hasta las clases, Zero me miraba y luego bajaba la vista con el ceño fruncido. A veces me preguntaba si seguiría sintiendo sed. No debía ser fácil controlar un deseo tan grande que podría llegar a... matarte. Me sentía mal por él, pero comprendía que se acercaría a su paso cuando estuviese listo. Él no se perdonaba nada.

Con Aidou era todo distinto. Nos pasábamos la tarde charlando y riendo. Por la noche, él me ayudaba con alguna tarea que no haya entendido y así viceversa. Pero él era muy bueno en el estudio (malditos vampiros) y eran muy escasas las veces en que yo lo debía ayudar a él. Por el contrario, eran bastantes las veces que él me ayudaba en algo que no entendía a la primera. Como ahora.

—¡Pero, Lena, así no! —dijo, arrebatándome el lápiz de la mano—. Humana —continuó, como si fuese un insulto—, debes multiplicar éste por éste otro y luego con el resultado sumarle el cuádruple de éste. Su resultado lo divides por estos dos y luego le sumas el lado opuesto del triángulo —dijo como si fuese a sumar una más uno.

Me mantuve en silencio tratando de analizar todo lo que me había dicho tan rápido. Pero me rendí.

—No entendí.








Estaba en mi habitación a solas cuando alguien tocó la puerta. Por la manera de tocar supe instantáneamente quien era.

—Pasa, Ichijou.

—¿Acaso eres vampiro? —preguntó al abrir la puerta con una sonrisa.

—¿Lo dices porque supe que eras tú? —pregunté. Él afirmó con la cabeza—. Lo supe por como tocas la puerta —dije sonriendo.

Vampire Knight: Memorias de un vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora