XXVI. El equilibrio

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El ardor recorría todo mi cuerpo, hacía que me estremeciera. Sufría desde los pies a la cabeza, pero el mayor sufrimiento provenía de mi garganta. Me ardía, se sentía como una lija, me quemaba por dentro.

De pronto sentí algo suave deslizarse por mis labios y caer por mi garganta. Era dulce pero amargo, suave, aliviante pero desesperante, delicioso. Un sabor exquisito e incomparable que atenuaba el ardor en mi garganta, como el agua fría en un día de verano.

Quería más.

Abrí los ojos. Aún me encontraba en mi habitación.

Frente a mis labios había una mano dejando caer sangre por ella. Un aroma agradable inundó mis pulmones y deslicé mi lengua por ese líquido que me invitaba a saciar mi sed. Me sentía perdida, lo que me ocurría ahora no lo comprendía. Algo me obliga a hacer lo que no quería. Mi cuerpo tenía el control, no mi mente. Me sentía una bestia, un monstruo, ¿acaso era un Nivel C?

Imágenes comenzaron a recorrer mi cabeza. Eran demasiadas y me costaba entenderlas, me abrumaban, no podía pensar con claridad. Iban tan rápido que me confundían.

Hasta que las imagenes se detuvieron en una mujer alta y de bella figura. Al lado de esa mujer había un hombre que la tomaba por la cintura delicadamente. Ambos sonreían a alguien, a una niña. La pequeña sostenía una delicada rosa en la mano.

Que bella flor, Yami —dijo el hombre dirigiéndose a la niña—. ¿Dónde la has encontrado?

—Un niño me la ha dado —respondió la pequeña—. Era alto, y muy apuesto. Me preguntó si me gustaba la flor y le dije que sí. Luego le pregunté si volvería y dijo que sí también.

—Vaya, vaya —dijo el hombre mirando a la mujer—. Parece que Yami ha conseguido una pareja.

—¡Claro que no! —exclamó la niña, ruborizada.

Ambos adultos rieron y luego dirigieron los ojos a un niño detrás de la pequeña, quien se encontraba acompañado de una mujer de cabello largo y piel pálida.

Hikari —dijo la que parecía la madre de la niña con una sonrisa.

¿Ese niño era Hikari? ¿Se suponía que la niña era yo?

Vaya... Así que así de raro se sentía ver lo que otros piensan a través de la sangre.

El pequeño Hikari corrió hacia la niña sonriendo y la abrazó.

La imagen cambió de repente y los gritos me inundaron la cabeza. La mujer y el hombre estaban muertos en el suelo. Al ver eso sentí un dolor punzante en el pecho, me recordaron a mis padres Kokoro y Kotaro.

El niño Hikari salía por una puerta acompañados por dos mujeres, la mujer de cabello largo y piel pálida llevaba al niño de la mano y la otra mujer cargaba a la pequeña Yami (bueno... yo). Sólo podía oír sollozos.

La imagen cambió una vez más, ahora una plaza. Una de las mujeres no estaba, sin embargo la que estaba arrodillada en el suelo y tomaba a la niña por los hombros sí, es decir, la mujer de cabello largo y piel pálida.

Su rostro se veía borroso pero pude observar sus peligrosos ojos lilas brillando con intensidad, y su largo vestido con una rosa en el pecho. Creí haber visto mal, pero al parecer no me confundía, era Rosemary.

Vampire Knight: Memorias de un vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora