XVI. Prefecta nocturna

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Miré esos grandes ojos sin responder. Estiré la mano y tomé el libro de entre sus manos frías, sin apartar la vista de aquellos ojos. Sin decir una palabra. Sin pestañear.

—Lena —dijeron sus labios, que parecían suaves a simple vista.

—¿Sí? —respondí ahora mirando los labios del vampiro.

—Ven a Los Dormitorios de La Luna.

—Si...

¿Qué me pasaba? Mi cerebro no funcionaba bien, me sentía adormilada, casi perdida.

El vampiro de ojos borgoña pasó por mi derecha y su aroma inundó mi rostro por completo. Mi ser. Cerré los ojos y levanté la cabeza para sentir más ese olor que me atraía con ansias crecientes.

—No te demores.

—Si, Kaname —susurré.

Giré sobre mis pies y caminé hacía la puerta del salón. Si alguien me viese en este momento diría que no tengo poder sobre mí cuerpo, ya que no parecía que fuese yo quien lo manejara...

Entré por la pesada puerta. No había ni una simple luz encendida, claro que lo estaba hacía dos semanas atrás cuando la humana que solía habitarlo también aún dormía en ellos. Es decir, yo. Es probable que las luces vuelvan a alumbrar los rincones más oacuros cuando vuelva aquí.

Si es que lo hacía.

Subí las escaleras y miré el pasillo que llevaba a la habitación destruida de quien solía convivir con vampiros. Caminé por el pasillo y me detuve frente a la chamuscada, rasgada y rota puerta que se encontraba entreabierta. Apoyé la mano en ésta y se abrió. Observé la que había sido mi habitación, una vez hermosa, cuando estaba en Los Dormitorios de La Luna. Dí un paso dentro y algo crujió bajo mi pie. Miré hacía abajo encontrándome con una caja de madera, ahora destruida, que antes guardaba unos pequeños chocolates. Que antes escondía una pequeña, mágica, brillante y afilada daga. Que antes había sido un regalo de alguien importante para mí. La tomé, miré a mí alrededor. Las paredes ya no estaban chamuscadas, las habían arreglado y ahora estaban igual al día en que llegué. El suelo todavía requería arreglarse, al igual que el baño. El techo tampoco lo habían arreglado. Aún se encontraba, como si un artista salpicara pintura roja, la sangre de los vampiros en em suelo. Y en el centro del cuarto, entre sangre, cenizas, madera rota y polvo, tiradas allí, en el suelo, cortinas, sábanas, almohadas y objetos que alguna vez decoraron los alrededores. Rotos, destruidos, e inposobles de reparar.

Allí noté un recuerdo, encontré algo que creía haber perdido con el paso del poco tiempo transcurrido en La Academia Cross. Le faltaba la mitad, se había quemado un poco, pero aún podía ver lo que más me importaba en ella. En la foto aún podía ver a mis padres. Ambos estaban a mi lado por mi cumpleaños. Era la foto que mi madre me había dado hacía meses antes de llegar a la academia. Ese día parecía muy lejando ya...

Mamá, te extraño.

Me senté entre las que habían sido mis almohadas. Había desaparecido el aroma viejo y a nuez moscada que tenían, ahora sólo emanaban el olor fuerte del polvo y la ceniza. Con la foto y la caja en mano abracé mis rodillas ocultando mi rostro en ellas.

Extrañaba a mamá y papá.



Vampire Knight: Memorias de un vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora