XXIV. El impulsivo deseo de venganza

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Abrí los ojos rápidamente, no me había dado cuenta que los había cerrado. La sangre, los susurros, los sollozos, el ruido, ya no estaban.

Levanté la vista hacia sus grandes ojos borgoña que tanto me calmaban. Me aferré con las manos a sus brazos.

Esto parecía la realidad, lo otro solo una pesadilla.

—Al parecer Yuuki no es la única —dijo recorriendo mi rostro con sus ojos. Reflejaba preocupación, y eso por algún motivo me encantó.

—Preguntarte que te sucedió en el cuello sería ridículo —murmuró—, pero preguntarte quién fue no lo sería.

Negué con la cabeza. No le diría, lo amaba pero no le diría. Asesinó a un vampiro que me atacó el primer día que estuve aquí. Yuno era un monstruo, pero yo encontraría la manera de hacerle pagar lo que me hacia de alguna u otra manera con mis propias manos, o mi propia arma.

Se separó de mí y abrió la puerta que yacía detrás. Me quedé quieta en el lugar hasta que una de sus manos tomó la mía y me guío dentro de su habitación.

—¿Qué le sucede a Yuuki? —pregunté en un susurró recordando lo que había dicho fuera en el pasillo.

Sabía lo que le sucedía, pero quería saber exactamente lo que le sucedía.

Me guió hasta el sofá y me senté. Él caminó hasta su cama y allí se quitó el saco que luego apoyó en ésta, quedando con la camisa negra. Luego de esto se acercó al sofá y se sentó a mi lado.

Quitó la venda de mi cuello y miró ambos agujeros que tenía allí. Su vista bajó a la venda de mi pierna que se veía gracias que al sentarme, mi falda se levantaba un poco.

Tomó mi pierna y la subió sobre las de él. Quitó la venda de mi muslo y apoyó las gasas en la mesa de café.

Una de sus manos se posó sobre el corte de Isis. Sentía como el punzante dolor de mi muslo se desvanecía. Luego, su mano se acercó a mi cuello. El dolor que ya estaba acostumbrada a sentir donde siempre clavaban los colmillos se esfumó.

Suspiré.

Me quité el saco y levanté la manga de la camisa. Quité la venda y dejé al descubierto las mordidas de Zero para que él calmara el dolor, pero recordé que no las había desinfectado ni limpiado. Las vendas habían absorvido un poco de sangre pero aún estaba fresca.

Miré a Kaname alarmada. Éste solo apoyó la mano sobre las mordeduras y quitó el dolor. Bajó mi pierna y se levantó. Por alguna razón lo imité y me levanté también. Kaname tomó las vendas y caminó al baño, yo me quedé parada en el lugar. Supuse que tiró en algún cesto las vendas.

De un momento a otro sentí que mi presión bajó. Me sentía mareada y mis párpados querían cerrarse. Me sentía completamente débil y me costaba realizar un sólo y simple movimiento.

Mis piernas temblaron y comencé a caer hacia atrás. Unos brazos me tomaron por los hombros y evitaron que golpeara contra el suelo.

—¿Sigo cayendo? —pregunté mareada. Me quise matar por la estúpida pregunta.

Kaname sonrió y dejo escapar una suave risa por los labios. Por alguna razón me sonrojé.

Me acomodó en sus brazos y salió de la habitación. Bajó las escaleras y entró en mi dormitorio. Me acostó delicadamente en la cama.

Depositó un beso sobre mi frente y caminó hasta la puerta.

—¿Te vas? —murmuré suavemente.

—Si, descansa.

Mis párpados pesaron y cerré los ojos.






Desperté y me senté rápidamente en la cama. Sentía que no debieron haber pasado muchos minutos, lo cual no era cierto. Habían pasado horas desde que Kaname me dejó en la cama, ya era de mañana.

Vampire Knight: Memorias de un vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora