Capítulo 5

293 26 2
                                    

La profesora Kate se sentó en su silla después de darles una molesta charla sobre todo lo que no podían hacer con los ordenadores de la universidad. David, que había estado sentado a su lado todo el tiempo, le puso una mano en el hombro y susurró un “suerte” antes de darle la espalda y ponerse a hablar con su compañero. Arthur cogió aire, haciendo lo mismo, pero hacia Sam, y este lo despreció con la mirada.

-Comencemos. -murmuró. Aún no se le olvidaba la pelea del día anterior, el brazo vendado e inmóvil del coreano, su amenaza. Se mordió el labio y cogió su hoja, leyéndola para evitar sentirse incómodo con los ojos negros fijos en él.

-Eres idiota -escuchó. Estuvo a punto de contestar cuando Sam Lee le quitó la hoja y señaló el nombre de David en ella- ¿No sabes ni como te llamas?

Frunció el ceño, devolviéndole su hoja a David y cogiendo la que tenía escrito “Arthur Piper”. Pensándolo mejor, no temía a Sam. Si este decidía meterse con él siempre podía devolvérsela y luego echarle la culpa, al menos delante de la poca gente que llegaría a creerle.

Trabajar así era casi imposible, y porque estando en clase no podían ponerse a chillar. Sam se creía el más listo de los dos, queriendo buscar cosas que a él le parecían innecesarias a la vez que borraba lo que Arthur escribía con orgullo. Como Sam no podía escribir bien, el trabajo era suyo, y llevaban casi diez minutos peleándose por el teclado en la última fila de la clase. David los había mirado varias veces y era una suerte que los demás estuvieran centrados en sus propios trabajos o ya hubieran ido en defensa del imbécil.

-Está bien. -gruñó Sam, soltándolo- Pero no escribas estupideces.

-Entonces no hables.

Se apoderó del teclado y reescribió lo que el cantante había borrado minutos antes. Con una sonrisa satisfactoria en el rostro, escuchó el timbre y guardó el proyecto en el USB. Se lo iba a meter en el bolsillo, pero Sam se lo arrancó de los dedos y se lo guardó en la mochila. Lo vio irse mientras un par de chicas lo ayudaban con su chaqueta, mochila y apartaban a la gente que le interrumpiera el paso.

-Que suerte que la profesora no os haya pillado -le dijo David mientras salían de clase- porque hubieras tenido a toda la clase en tu contra.

-Ni lo menciones.

Se sentaron en una mesa después de conseguir comida. En otra, a metros de distancia, un montón de gente se apelotonaba para averiguar que le había pasado al gran Sam Lee en su magnífico hombro. Puso los ojos en blanco y escuchó por vigésima vez la historia de como se había tropezado por las escaleras mientras buscaba su libreta perdida por toda la casa.

-...pobrecito -se lamentó una de las muchas chicas.

-Si la pierdes yo te compro otra. -añadió otra con ilusión.

Dejó escapar una carcajada tan alta que notó los ojos rasgados clavándosele como estacas. Después de todo lo que había luchado por recuperarla, tenía la certeza de que Sam Lee amaba más esa libreta que a cualquiera de sus fans.

David estaba curioso por su extraña reacción, así que se inclinó hacia delante mientras comían y le contó la verdadera razón de la lesión de Sam Lee. La risa estruendosa de su mejor amigo sonó incluso más fuerte que la suya, casi tan fuerte como la campana que les destrozó los oídos minutos después.

La historia de siempre estuvo a punto de repetirse, pero esta vez Arthur se hizo a un lado con una falsa sonrisa y dejó que Sam Lee pasar con su ejercito de perritos falderos. David seguía riéndose.

-¿Por una estúpida libreta?

-A ver, estúpida no era. -él quería tener una igual- Pero casi echa la puerta abajo, así que el estúpido es él.

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora