El hombro de David era duro como una piedra, como un hueso, siempre había sido incómodo apoyar la cabeza en él y Arthur sabía que nunca iba a dejar de serlo, pero estaba tan cansado, tan confuso, necesitaba tanto la atención de alguien que no lo volviera loco que se dejó caer en un suspiro profundo en cuanto la profesora de Inglés les dio la hora libre porque tenía que irse al médico. La mano de David le acarició la mejilla despacio, mientras su otra mano dibujaba garabatos en una hoja, esperando a que él hablara por fin. A veces le daba escalofríos su relación con David, otras, como aquella, lo aliviaban, porque no tenía que hablar demasiado si no quería, él lo iba a entender aunque se comunicase con monosílabos.
Apretó el libro que mantenía entre sus manos, sin dejar de oír y chasquear la lengua por el odioso murmullo a su espalda, y se removió, hundiendo la cara en el cuello de David.
-Si yo fuera tú -los dedos de su mejilla subieron hasta su pelo y Arthur cerró los ojos- le diría que me gusta. -los abrió, intentando levantar la cabeza para mirarlo, pero David le empujó la cabeza contra su cuello sin dejarlo moverse- Ya oíste a Sara, y no vas a librarte de ella solo porque se haya ido con James a Noruega.
-Pero...
-A ver, a parte de las fiestas a las que nos puedan invitar si dejas que Sam te folle... -subió corriendo su mano a la boca de David, levantando la cabeza sin importarle que éste no quisiera que lo hiciese. ¡Estaban en clase, por Dios! Miró a los lados, delante, detrás, suspiró aliviado al darse cuenta de que nadie los había oído aunque David prácticamente lo había chillado y miró fijamente a su mejor amigo con los ojos muy abiertos, ruborizado hasta la raíz. David le apartó la mano, ignorándolo todo menos a él y el dibujo sin forma en su libreta- Que no digo que salgas con él por conveniencia, pero si ambos os gustáis al menos físicamente pues aprovecha, ¿no? Vamos, yo lo haría. Claro, que yo no soy tú, y menos mal... El caso, Arthur, es que le gustas a un tío que está como un tren... ¿por qué tantas complicaciones? A veces pienso que mi mejor amigo es idiota, ¿sabes?
David le respondió la mirada levantando las cejas a la vez que hacía sus preguntas odiosas. Arthur volvió a mirar a su alrededor tanto para cuidarse de que nadie los hubiese oído como para evitar los ojos intimidantes, dándose cuenta de que ahora todo el mundo estaba congregado en un rincón del aula, hablando sin parar, aplaudiendo, riendo, chicas gritando impacientes. Notó la mano de David en su hombro y se giró de nuevo hacia él, mirándolo unos segundos, bajando la cabeza hasta mirarse el regazo con el labio bajo los dientes. Sara no le había dicho muchas cosas el día anterior; le había deseado suerte con toda la perversión de la que era propietaria, recordándole todo el tiempo que practicara con el dildo, repitiéndole que a pesar de que el trabajo fuera sobre Pinocho, nada le impedía disfrazarse para «poner cachondo a tu hermanastro que... ¡oh! ¡Ahí viene!».
Entonces Sam había aparecido y su mente no había podido hacer más que imaginar que oía la conversación, cosa que luego no había pasado y lo había aliviado, aunque aun así cierta parte de él seguía y seguía dándole vueltas a las palabras de Sara, haciéndolo imaginarse en situaciones demasiado perversas.
Sacudió la cabeza, llevó dos manos para taparse la cara y bufó, odiándose porque volvía a tener esas imágenes en la cabeza, además del recuerdo de Sam agachado en el baño. Ahogó un grito silencioso contra las manos antes de mirar a David con impotencia. No es que no pudiese aceptar que Sam le atraía, después de todo se había acostado con él y esos días sin hablarle le habían servido para pensar. El caso era justamente lo contrario: Sam le atraía mucho. Pero, ¿cómo aceptarlo en voz alta? Le era imposible siquiera imaginarse diciéndoselo a David, aunque este ya lo sabía, así que ni en broma pensaba ir a Sam y enfrentarlo.
-No sé qué hacer...
David puso los ojos en blanco, cerró la libreta y abrió los brazos para que se metiera entre ellos, apretándolo cuando lo hizo, pasándole las manos por el pelo. Mientras notaba cómo su amigo jugaba con sus mechones, cerró los ojos y trató de relajarse, aunque le fue imposible hacerlo en el momento en que le tiró del pelo y le dio un golpe en la nuca. Levantó la cabeza, frunciendo el ceño con indignación, viendo a David cruzado de brazos.
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Hasta que el cuerpo aguante
Ficțiune adolescențiArthur es un chico normal, con diecinueve años y estudiando en la universidad más barata de Londres, su único sueño es triunfar en la música. Pero su vida cambia cuando su madre se casa con el padre de Sam Lee, un arrogante cantante al que todos cre...