Capítulo 20

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¿Enfadado? ¿Él? ¿Por una tontería como esa? Le había molestado un poco, solo un poco, que Sam lo hubiera dejado plantado como un idiota, con los ojos cerrados, esperando, hasta que la mujer loca lo había saludado con una sonrisa arrogante. Entonces había mirado a los lados, había cerrado los puños y aún recordaba lo tonto que se había sentido en ese momento. Sin embargo, después de la escena del almacén, se había olvidado de ello y eso le daba rabia. ¿Por qué seguía correspondiéndole? Debía darle un buen empujón la próxima vez que se acercara, romperle el pie si hacía falta como volviera a abrazarlo y evitar por todos los medios posibles que hundiera la cabeza en su cuello, porque ya no entendía su propio cuerpo.

Su madre hablaba y hablaba al otro lado del teléfono, contándole todo lo que ella y Mickey habían hecho mientras Arthur intentaba prestarle atención y dejar a un lado los labios de Sam.

-¿Qué hora es allí?

Tragó y buscó un reloj donde mirar la hora, encontrándose solo con Sam, que escuchaba música y tarareaba, moviendo su tenedor contra el plato.

-Sam, ¿qué hora es? -esperó y la única respuesta que recibió fue una nota totalmente afinada- ¡Sam! -su madre se rió del otro lado y dijo algo, pero Arthur estaba más centrado en darle una parada a su hermanastro bajo la mesa. Sam levantó la cabeza con el ceño fruncido y se quitó un auricular, soltando el tenedor y le devolvió la patada. Arthur jadeó indignado, volviendo a hacerlo, pero Sam se había echado hacia atrás y su pie no llegó hasta él. Sin embargo, Sam tenía las piernas largas y pasó sus dedos desnudos por su rodilla, sonriendo de lado, haciéndole cosquillas- La hora. -vocalizó, mordiéndose el labio, intentando estirar la pierna y alcanzar la rodilla ajena.

Sam se rió de él y miró su móvil, mostrándole el reloj digital en su pantalla.

-Arthy, ¿sigues ahí?

-Sí. -bufó, desistiendo, sentándose recto con la espalda en la silla y fulminó la sonrisa burlona con la mirada- Las diez y media.

-¡Arthur! -Mickey parecía muy contento cuando canturreó por el teléfono- ¿Qué hacéis?

-Hola, Mickey. -¿que qué hacían? Bueno, Sam seguía acariciándole la rodilla con el pie y él pinchó el pescado con el tenedor, intentando ignorar las cosquillas que le hacían esos dedos a través de la tela fina del pijama. Pero eso no se lo iba a decir- Estamos cenando.

Oyó la silla de Sam moverse y dejó de sentir el pie en su pierna, pero se había propuesto ignorar a Sam y prestar atención a su madre, así que paseó el tenedor por el plato y lo siguió con la mirada mientras oía la voz de Mickey.

-No sabes cómo me alegra que os llevéis tan bien, Jade y yo a veces tememos que un mes juntos termine en pelea, pero supongo que es todo lo contrario, ¿no? Estando solos seguro que estáis estrechando los lazos, como dos buenos hermanastros, casi como si compartierais la misma sangre y…

Abrió los ojos sorprendido al notar algo húmedo acariciando su cuello y levantó la cabeza. La silla de Sam estaba vacía. Frunció el ceño cuando volvió a sentir la caricia, dándose cuenta de qué era, movió su brazo libre intentando darle un codazo hasta que lo consiguió y entonces Sam le mordió. Se levantó de golpe, sin dejar de oír a Mickey y a su madre hablar y oyó la risa de Sam, que se había alejado ante su brusca forma de ponerse en pie.

Alejó el teléfono de su boca y tapó el altavoz.

-¿Estás loco?

Sam dio un paso hacia él, miró a sus lados y dio otro, y Arthur lo dio hacia atrás, apretando el teléfono. Mickey seguía hablando, Sam avanzando y Arthur cada vez estaba más nervioso, porque si decía algo podían pillarlos y con una sola mano no tenía la fuerza suficiente para empujar a Sam. Y encima la mesa se le clavó en la espalda baja con su último paso atrás.

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora