Capaz que fue obra del destino, o simplemente pura casualidad, pero resulta que, un día, cuando nos encontrábamos hablando con Marina de la vida, se nos ocurrió ir a la Biblioteca.
A pesar de que yo no solía estudiar mucho, a mí me gustaban las novelas históricas; y tenía que devolver una que ya había terminado de leer.
Pero cuando entramos a la Biblioteca, pude percibir que en el mostrador donde generalmente se encontraba sentada una anciana; estaba ella, con du cabello rubio recogido en dos trenzas cocidas. Estaba allí sentada, leyendo tranquilamente un libro titulado "Rosas y Margaritas", de un tal Joseph Klack.
Cuando la vi, casi muero de la impresión.
-¡Joder!- mascullé por lo bajo.
-¿Qué coños te pasa? - me preguntó Marina.
-¿Es que no la ves, sentada ahí, tan inofensiva, mi dulce amor?- exclamé.
Varias personas que estaban leyendo se dieron vuelta y nos miraron. Me sonrojé.
-Calla, que lo único que vas a lograr va a ser que las viejas chismosas digan tonterías de nosotros.- masculló Marina y giró la cabeza hacia ambos lados, inspeccionando la sala- Venga, pero que es sólo una devolución, ni que le fueses a pedir matrimonio.
Suspiré muy enfadado. ¿Es que acaso no entendía que se me hacía imposible hablarle a aquella rubia hermosa?
-Mmm... Está bien, ya iré yo a devolverlo, marica.- me arrebató el libro y se marchó hacia el mostrador.
No me encontraba muy lejos de allí, por lo que pude escuchar con todo lujo de detalles la maravillosa charla entre Marina y la rubia:
- Hola, vengo a devolver este libro.
La rubia levantó los ojos. Eran de color miel.
-OK, ¿su nombre?- preguntó y comenzó a teclear algo en la computadora.
-Marina Dobonsky, pero yo no fui la que pedí prestado este libro.
-Ah. Entonces, deme el libro para ver el nombre.
Se lo dio y la rubia lo abrió, se fijó en un papel que colgaba de la tapa, y levantó los ojos y preguntó, alzando una ceja:
-¿Osvaldo Tiber?
-Sí, Osvaldo Tiber. ¿Sabe? Es un amigo mío que es gay, y hoy no ha podido venir a devolver este magnífico libro porque estaba con su novio. Agh, ¿y sabe qué es lo peor de todo? Que es estéril. No se le ha parado en un mes.
-¿C...Cómo sabe eso?- la chica de mis sueños estaba muy sorprendida.
-Usted sabe... A veces una chica tiene que ayudar de vez en cuando a su amigo a asegurarse que es gay... - alzó los hombro, dio las gracias y se fue.-¿QUÉ MIERDA PASA POR TU CABEZA? ¿ACASO NO TIENES CEREBRO? ¡NI QUE A MÍ ME LLOVIESEN LAS MUJERES!- le grité a mi amiga apenas salimos de la Biblioteca.
-¡Bueno, de todas formas ni te conoce! ¡Y a ti sí te llueven las mujeres, a mí no me jodas, Rulos! - respondió Marina, dándome un codazo.
"Rulos" era el apodo que me había puesto Marina y que lo usaba casi siempre; pero jamás cuando estaba enfadada conmigo. Así que supe que en realidad Marina no estaba tan enfadada como aparentaba.
-¿Sabes? Toda tu vida sería más simple si tan solo le hablases. Capaz que hasta tus sueños provenientes de Disneylandia se hacen realidad y sois felices para siempre.
Suspiré, enfadado por su comentario; pero lamentablemente tenía razón. Todo sería mucho más fácil si le dirigiese la palabra. Además, ¡ya le había hablado antes a una chica! Quizás no era tan bella como mi enamorada pero de todas formas, era una chica.
-Tienes razón.- le dije- Pero soy un estúpido y no me animo a hablarle. Además, ¿cómo quedaría si le fuese a hablar? ¡No sé nada de ella! Solamente que es una de las más bellas del colegio, ¡pero nada más! ¿Acaso no puedes darme una mano?
-Claro que te la daré, a falta de la que ella no tiene.
Me quedé boquiabierto.
-¿Cómo que no tiene una mano?-pregunté, asombrado.
-Pues claro, idiota,¿jamás te diste cuenta de ello? Sólo tiene una mano, la derecha, le falta la izquierda.- Marina se señaló su mano izquierda, indicándome así dónde estaba la discapacidad de aquella hermosa rubia.
"Dios mío,-pensé- ¡jamás vi a nadie sin una mano! Esta chica me sorprende cada vez más."Pasaron dos o tres semanas. Seguía sin saber nada de esa chica.
Pero, un día, el Destino, la vida, mis padres, la vieja de enfrente, o no sé quién, decidió que ése era mi día: el día que la conocería finalmente.
Al comercio de mis padres acudían varias personas: las del barrio donde se encontraba éste (por ejemplo, las viejas chusmas), las que pasaban de casualidad y justo necesitaban 1 kilo de papas, o los que pasaban cada dos o tres semanas.
Bueno, pues la rubia resultó ser de la segunda categoría.
En ese maravilloso día yo me encontraba ayudando a mi padre en su negocio, como siempre hacía, atendiendo a varios clientes.
Cuando finalmente terminé de atender a una vieja que estaba empeñada en que 50 quinquines era muy caro para dos kilos de tomates, me dispuse a guardar unas cajas, ya vacías, en el galpón donde guardábamos los restos.
Pero justo cuando estaba por levantar las cajas, siento que alguien me toca el hombro y cuando me di la vuelta casi me quedo sin aliento: era ella, la rubia. Luisa Menhër.
¿¡Cómo había logrado eso!? ¿Acaso al fin podía leer su mente?-¿Podrías darme un kilo de naranjas, por favor? Que sean medio ácidas, por favor, que no soy muy dulzona.- me pidió con una voz dulce y hermosa, y exhibiendo una sonrisa magnífica.
-C...Claro. -balbuceé y comencé a elegir las naranjas. Traté de elegir las más ácidas, porque no quería que a esa hermosa chica, Luisa se llamaba aparentemente, no le gustase nuestro comercio y dejase de visitarnos.
Cuando finalicé mi tarea puse todas las naranjas en una bolsa de nylon y la pesé. Daba un kilo doscientos gramos.
-¿Está bien así o quieres que saque alguna así te queda exacto?-pregunté.
Ella volvió a exhibir esa maravillosa sonrisa de dientes perfectos y blancos, para responder:
-No, tranquilo, cuanto más jugo haga, mejor. ¿Cuánto es?
Tragué saliva. Veinte quinquines no era mucho dinero, pero lo necesitábamos y no podía hacerle ningún descuento, porque si mi padre llegase a enterarse... Me mataría. Pero, quizás dos o tres quinquines le podía sacar...
-En total son quince quinquines-respondí, luego de dos o tres segundos, que pasaron como si fueran horas, de vacilación.
Ella me entregó el dinero, y cuando lo tomé, pude leer algo más de su mente: estaba en el mismo año que Marina y cumplía quince años el treinta y uno de octubre, en Halloween.
También pude percibir la dificultad que tenía para tomar la bolsa, puesto que, tal como había dicho Marina, no tenía la mano izquierda, y en vez de ella tenía un muñón.
A pesar de todas las discapacidades que tuviese, yo seguía perdidamente enamorado de Luisa.Al día siguiente, que fue lunes, me precipité, en el colegio, al casillero de Marina, donde se encontraba ésta guardando sus libros. Justo cuando la tomé del brazo, ella se dio la vuelta y exclamamos al mismo tiempo:
-¡Te tengo que contar algo!
Como cada vez que ocurría eso, nos reímos un poco y Marina me dejó continuar:
-Se llama Luisa Menhër. Está en tu año y necesito tu ayuda.
Marina sonrió.
-Tengo un plan.-dijo.- Pero no sé si será fácil de cumplir y no te garantizo que funcione...----------------------------------------------
NOTA DE LA AUTORA: Menhër es un apellido que inventé y que sería de origen sueco, por lo que se pronuncia "Menjer"
No recuerdo haberlo puesto en ningún momento de la historia y si lo puse debo haberlo puesto mal, así que desde ya agradezco que me avisen si lo puse o no.Sigan disfrutando la historia, prometo publicar capítulos más seguido. ;)
-Florencia-
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Única
Ficción General« -¿Qué sabes de mí?-me animé a preguntar, cuando ya había terminado de organizar mis cosas. [...] -Oh, Luisa, te sorprendería saber un montón de cosas sobre tu existencia que aún no sabes, pero para averiguarlos debes luchar. ¿Luchar? Es...