Capítulo Octavo (Luisa)

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Los castigos se volvían cada vez más duros, y lo único que me consolaba de tener que asistir a ellos era que iba a ver a aquel chico que me tenía loca de amor.

      «¡Ojalá supiera su nombre!» pensaba cada día, mientras lo miraba a través de la ventana del salón de castigos.

     ¡Era tan habilidoso con su patineta! Cada día iba a la misma esquina y realizaba dos o tres vueltas, que le salían perfectas. Luego se quedaba charlando con aquel hombre que siempre lo acompañaba, y que yo sospechaba que era su padre, puesto que eran idénticos.

     A veces sentía que me miraba, pero debían de ser figuraciones mías, porque cada vez que me daba vuelta para ver si me estaba mirando, se encontraba mirando hacia otro lado.

    Cuando la señora Wells me regañaba por estar mirando a la ventana, me sonrojaba y me reía por lo bajo. Qué loco eso del amor.

    Lo único malo de lo que ese chico me hacía sentir, fue que mi hermano, Dan, se dio cuenta al instante de que yo estaba enamorada.

        -¿Qué te pasa? Te noto un poco distraída últimamente.- me preguntó una vez que me fue a buscar al colegio, luego de haber cumplido con el castigo.- ¿Acaso es ese skater de allá? No es feo...
        -¡Calla!- gruñí y lo empujé, procurando no hacerlo con fuerza- No me molestes, ni siquiera lo conozco.
    Dan rió y su cabello le tapó la cara a causa del viento, lo cual hizo que su expresión fuese muy cómica.
        -No es difícil darse cuenta cuando a tu hermanita le gusta alguien.
     Suspiré. No valía la pena discutir, ya sabía mi secreto.

    Un día decidí confesárselo a Marina, que pareció muy sorprendida cuando se lo dije.
        -¿Y cómo es? ¿Cómo es que no sabes su nombre? ¿Acaso no le has hablado nunca? ¿¡Cómo puede ser posible que seas tan tímida!? ¡Si eres bonita, joder! ¡Que no te va a matar tampoco!- me dijo como respuesta, sin poder creérselo.
      Me reí mucho y tomé mi muñón con mi mano, adoptando una posición seria.
        -Vale, es que no le he hablado. Ni siquiera sé si viene a este colegio. Además, ¡jamás se me ha dado la oportunidad para dirigirle la palabra!
      Marina se golpeó las rodillas con las manos, protestando:
        -¡Pero qué coño! ¿Cómo que no se te ha dado la oportunidad? ¡Si me has dicho que lo miras siempre, y que cuando te vas a trabajar sigue ahí! ¿Sabes lo que tienes que hacer? Ir y pedirle el número, si es que tiene. Y ya de paso preguntarle el código postal, por las dudas.
       Me reí a carcajadas y Marina me acompañó con la risa. Casi me hago encima de tanto que me reí.
De repente, cuando ya habíamos dejado de reír y estábamos hablando normalmente, percibí una silueta que cruzaba el pasillo junto a unos chicos que se reían y se empujaban entre ellos. La silueta era la de un chico de ojos verdes y cabello castaño claro enrulado, estatura media, tez morena y labios finos. Cuando finalmente me di cuenta de quién se trataba se me paró el corazón de la emoción. Era él, mi chico, el amor de mi vida.

       Enseguida me puse nerviosa, comencé a temblar y me sonrojé. Marina se dio cuenta de que algo me pasaba y miro a la misma dirección que yo.

        -¿Es él?-me preguntó, dándose la vuelta y fulminándome con la mirada- ¿Es el chico del que me has estado hablando?
        -Sí.-murmuré, aún nerviosa.

       Mi amor se paró durante un instante y me miró. Su mirada era dulce, armoniosa, hermosa y pacífica. Pero en sus ojos había un destello de inquietud, de duda. Me pregunté en qué estaría pensando, pero justo desvío su mirada y se alejó por el pasillo, seguido por sus amigos.

       «Osvaldo Tiber» susurró una voz dentro de mí. «Es de cuarto»

      ¿Cómo había ocurrido eso? ¿Acaso estaría siendo víctima de alucinaciones? O, peor aún, ¿acaso estaría escuchando voces que no existían? 

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