Sentía que no la soportaba más. Cada vez que me regañaba, que me decía algo, que daba un paso siquiera, me daban ganas de estrangularla.
¿Por qué era tan insoportable? ¿Qué habría visto mi padre en ella? Y, lo que más me inquietaba, ¿por qué sentía todo aquello hacia mi madre?
Los destellos del recuerdo de lo que había hecho esa tarde me embargaban cada tanto, pero jamás recordaba completamente lo que había ocurrido.
Lo único que había logrado sacar en claro, era una cosa: que mi madre estaba implicada en ello.
Pero, al no recordar del todo lo sucedido, ¿por qué había de enfadarme con mi madre? ¿Qué culpa tenía ella?
«Ella tiene la culpa de todo.» pensaba, cuando la furia invadía cada centímetro de mi cuerpo.
«Pero, ¿por qué?» pensaba, en cambio, los días en los que me encontraba tranquila.
No lo sabía. Pero algo me decía que mi madre estaba implicada en lo que había pasado y no era nada bueno.
Por otra parte, ahora tenía el apoyo de Marina y del hermoso Val en cuanto a cosas de fantasmas, ya sean dudas o simples comentarios sobre cómo me imaginaba a Fálizta, la ciudad de ellos.
Pero el tema de mi madre me preocupaba demasiado, tanto que no me dejaba dormir. A veces me despertaba a las tres de la mañana, agitada después de una horrible pesadilla donde descubría lo ocurrido aquella tarde previa a mi transformación. Pero, al despertar, ya no recordaba lo que había soñado, por lo que me dedicaba a mirar el techo o leer alguna de mis novelas favoritas.
Había intentado hablarlo cientos de veces con Marina, pero ésta me decía una y otra vez que no se había encontrado jamás en aquella desesperante situación; por lo que nadie podía calmar mi curiosidad. Porque, si no hablaba con Marina o con Val, ¿con quién hablaría? ¿Quién sabría sobre esas cosas?
En los libros, que tantas veces me habían sacado de situaciones similares, no decía nada sobre la transformación de los fantasmas. Y el haber leído libros del estilo Harry Potter o Narnia no me servía de nada. ¿De qué me servía saber de la vida de un mago con una cicatriz en la frente si no podía resolver mi propio problema?
No era que no hubiera intentado recordar aquella tarde, sino que no podía. No lo conseguía, por más que pasaran horas y horas pensando en qué mierda había ocurrido; como muchas veces hacía cuando la inquietud me abrumaba.
Dejando de lado mis preguntas del momento, todo iba bien. O, más bien, casi todo iba bien.
¿Cómo explicarlo? Jamás me había enamorado de nadie y, ahora que al fin me ocurría, me sentía horrible. Bah, no horrible: terrible.
Val no me daba ni la hora, y hasta lo había pillado hablando con alguna que otra chica, lo cual me hacía poner furiosa. ¿Por qué no se acercaba a hablarme? ¿Acaso yo tendría mal aliento? ¿Acaso pensaría que me visto horrible? ¿Y si no me quería?
Maeina no cesaba de decirme que seguramente me amaba, (porque, ¿quién no me amaba?), pero yo era muy tímida y, para peor, era un año menor, por lo que capaz que le daba vergüenza pasar tanto tiempo conmigo.
Porque no era que Val no me hablase nunca. Me hablaba...pero fuera del colegio. Era como si dentro de él no me hubiese visto nunca pero, apenas apoyaba un pie fuera del instituto, se acordaba de que tenía una amiga llamada Luisa. Y eso me irritaba, y mucho.
Yo lo quería, mucho más de lo que se puede querer a alguien. Todas las noches me dormía pensando en cómo nos veríamos juntos, y todos los días me despertaba pensando en exactamente lo mismo. Cada vez que escuchaba una canción romántica me identificaba con ella, y lo mismo me pasaba con los libros. Pero, al parecer, yo simplemente estaba viviendo dentro de una burbuja, que era imposible de explotar. Y las pocas veces que tomaba conciencia de ello, me deprimía a más no poder. ¿Por qué todo lo malo me ocurría a mí? ¿Sería todo a causa de cómo había nacido; a causa de mi discapacidad?
Traté de que no se me escapara una lágrima en clase de Música mientras recordaba con ternura cómo Val me había tomado mi muñón antes de transformarme del todo.
Mientras copiaba lo que había escrito la señora Snälla en el pizarrón, lo vi todo negro.
Una mujer reía, junto a sus compañeros de trabajo.
-Hoy quiero salir de copas.- declaró la mujer, aún riendo.
Todos la miraron, algo sorprendidos.
-¿No deberías cuidar a tus hijos?- le preguntó un hombre bajito, gordito y de lentes.
La mujer se carcajeó.
-¡Claro que no! Ellos saben cuidarse solos. Sinceramente, no sé ni para qué los tuve. Podría haberme quedado soltera y fiestera.- respondió.
Cuando volví a la realidad, me di cuenta de dos cosas: 1) lo que acababa de ver era lo que había ocurrido el 31 de enero; 2) aquella mujer era mi madre.En la clase resonó el sonido de mi lápiz cayendo sobre mi cuaderno.
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Única
General Fiction« -¿Qué sabes de mí?-me animé a preguntar, cuando ya había terminado de organizar mis cosas. [...] -Oh, Luisa, te sorprendería saber un montón de cosas sobre tu existencia que aún no sabes, pero para averiguarlos debes luchar. ¿Luchar? Es...