-Dios mío.-fue lo único que dijo Marina cuando le conté lo sucedido por teléfono.
-¿Puedes venir?-pregunté, preocupado.
-No lo sé. A mi abuela le vendrá un patatús si se llega a enterar de que salí a esta hora de casa, pero qué más da.- respondió.- Voy enseguida.Cortó, y se oyó el pitido que indicaba que la llamada había finalizado.
-¿Todo está bien?-preguntó Luisa, con cara de preocupación.-¿Puede venir?
La observé unos segundos antes de responder:
-Claro que puede venir, es Marina. Va a hacer lo que sea posible para ayudarte.
Luisa esbozó una pequeña sonrisa, algo aliviada.
-¿Y tú?¿Te sientes mejor?¿Segura que no quieres agua o algo de tomar?-le ofrecí.
-Bueno, me siento mejor, sí, pero eso no quiere decir que no quiera algo de beber.-me guiñó un ojo.
Le sonreí y fui enseguida a buscar algo de bebida en el refrigerador, que se encontraba casi vacío. Teníamos solamente agua, leche y algo de jugo de limón y pomelo.
Me anoté mentalmente que debía preparar la cena y luego tomé la jarra que contenía el jugo y un vaso. Vertí el jugo en éste y luego puse la jarra a lavar.
Cuando le tendí el vaso a Luisa, pude notar la felicidad en su cara.
-Muchas gracias.-murmuró, antes de llevárselo a los labios.
-¿A quién tenemos por aquí?-preguntó de repente mi padre, que se encontraba en el umbral de la puerta de mi habitación.¿Cómo diablos había llegado así, tan de improviso?
-Papá, te presento a Luisa, una amiga.-le dije como respuesta.
Mi padre esbozó una amplia sonrisa y le estrechó una mano a mi amada.
-Pero Osvaldo, ¿por qué no me has avisado que esta dulce jovencita iba a venir? De haberlo sabido, hubiera preparado algo, tonto.-me regañó.
Suspiré. No había nada que pudiese hacer: mi padre siempre actuaba como una abuela.
-A ver, Luisa, ¿qué te apetece cenar?-le preguntó.
-Pues, no tengo demasiada hambre, señor, pero le agradezco su amabilidad.-respondió ella, por su parte.Mi padre frunció el seño: nadie podía negarle la comida.
-Vamos, chavala, que debes de tener aunque sea un poco de hambre.
Luisa se rió y negó con la cabeza.
-Vale ya, que te las consigues muy flacas tú.- me comentó, enfadado por haber perdido la discusión, y se fue.
Un silencio incómodo se impuso entre la rubia y yo. Estaba contando mentalmente los minutos que faltaban para que Marina nos salvara de aquella situación tan incómoda.
Nos encontrábamos mirando uno de esos programas de exorcismo que dan por la tele a altas horas de la noche, cuando de repente el timbre sonó. Ya era hora.
-Joder, tío, no sabes en el lío que me he metido por venir aquí.-me saludó Marina y entró.- ¿Dónde se encuentra Rapunzel? Dile que ya ha llegado su príncipe a rescatarla.
Luisa asomó la cabeza desde la puerta del salón.
-Aquí estoy. Gracias por venir.-murmuró, dando un paso y cruzándose de brazos.
Marina se acercó a ella y la abrazó. Qué suerte que tenía. Si tan solo pudiese abrazarla sin que todo se complique...
-A ver si he captado de qué va la cosa, por lo que me han dicho, te has peleado con tu madre, ¿es eso?- le preguntó Marina a Luisa.
-Bueno, lo que se dice pelear... Más bien, me he ido por decisión propia.-respondió ésta, frunciendo los labios.
-¡Venga! Con que te has escapado, ¿eh? Y yo que pensaba que eras toda una santa...
-Vale, ¿tienes un lugar donde la chica pueda dormir o no?-la interrumpí.Marina se echó a reír a carcajadas.
-Oye, que no te me pongas furioso, ¿me entiendes? Y, para tu información, en mi casa disponemos de un montón de espacio- respondió con una sonrisa mi mejor amiga.- ¿Dónde están tus cosas?-preguntó, dirigiéndose a Luisa.
-Las tengo arriba, en la habitación de Val.
-Muy bien, te acompaño a buscarlas.Las chicas subieron y me dejaron solo. Me tomé la cabeza con ambas manos. ¿Cómo se irían a casa de Marina? Es decir, ¿quién las llevaría?
Cuando las dos volvieron, le formulé mi duda a Marina, que respondió, como si tal cosa:
-Obviamente que nos vas a llevar tú, ¿verdad?
Suspiré. Dios mío.
-¿Acaso no te has enterado de que no tengo licencia de conducir?- exclamé, indignado.
-¡Joder, chaval! Pues claro que soy consciente de que no tienes el maldito carnet, pero, sin embargo, sabes conducir, ¿no? Pues, si ese es el caso, nos puedes llevar perfectamente.-me respondió ella, a gritos.
-Vale, no os peleéis.-nos interrumpió Luisa, enfadada- ¿Sabes conducir?-preguntó, sorprendida.
-Claro que sí. Su abuelo le ha enseñado a conducir cuando tenía doce años, en un verano cálido que pasaron en el campo.-respondió Marina por mí, cruzándose de brazos, al parecer aún ofendida conmigo.
-Sería un peligro. Jamás he conducido de noche.-mentí, para lograr convencerla.
-¡Pero qué coños dices! ¡Si tú has manejado más veces por las noches que mi madre!
-Marina, tranquilízate.-Luisa respiró hondo y cerró los ojos por un instante. Luego los abrió.- ¿Sabes las normas de tránsito?
-Por supuesto.-respondí.
-Me sentaré en la parte de atrás para evitar que Marina te apuñale por la espalda. Aunque también me sentaré allí porque me estoy cagando de miedo.-rió la chica de mis sueños.Asentí, acompañándola con la risa. A Luisa no podía decirle que no.
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Única
Ficción General« -¿Qué sabes de mí?-me animé a preguntar, cuando ya había terminado de organizar mis cosas. [...] -Oh, Luisa, te sorprendería saber un montón de cosas sobre tu existencia que aún no sabes, pero para averiguarlos debes luchar. ¿Luchar? Es...