Capítulo Séptimo parte 2(narrado por Luisa)

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El primer día de castigo fue un suplicio. Mis padres me habían dejado sin salir por dos meses, y por si fuera poco, había tenido que cambiar mi hora de trabajo, porque sino no podía ir, puesto que el castigo terminaba una hora después de la que empezaba mi labor.

Recuerdo perfectamente cómo las hojas de los árboles caían; el frío seco de aquel invierno, en el cual aún no había caído nieve. También recuerdo que todo el camino estuve escuchando la canción Someday de Sean Caparella, que era de las más tristes que tenía en mi lista de reproducción. Hacía tanto frío que mis dientes castañeaban mientras me dirigía al colegio por la mañana de aquel desastroso lunes.

-¿Te sientes bien?- me preguntó Carlos y me tomó de la mano, como para asegurarse de que nada malo me ocurriese.

«Se ve que mi cara de traste se nota a mil kilómetros a la redonda» pensé, pero lo que en realidad respondí fue:

-Sí, me encuentro bien.-tragué saliva y traté de cambiar de tema- ¿Emocionado por ir al colegio?-le pregunté, con esa voz cariñosa con la cual se le habla a un niño de ocho años.

Carlos rió con esa adorable risa de niño pequeño que tenía.

-Sí, además, voy a ver a la que me gusta.
-Oh, ¿así que te gusta alguien? ¿Y cómo se llama la afortunada? ¿Sóis novios?- pregunté, sonriente. Carlos tenía el don de hacerme olvidar mis penas.
-¡Pues no, tonta! Ella aún no sabe que me gusta, pero pensaba decírselo hoy, y por cierto, se llama Sarah.

Me reí, le hice unos chistes al respecto y finalmente cruzamos la calle que nos separaba del colegio. Como siempre, Carlos se marchó a la sección de primaria y yo a la de secundaria.
El día transcurrió normalmente. Marina y yo pasamos el día comentando una película que habíamos visto por la tele, y por supuesto se nos unieron las demás chicas (ya sabéis: Déborah, Ana, Lucía Mónica y Tori); pero cuando llegó la hora del castigo me quería morir.

La "señorita" Wells (que más que "señorita" era una bruja) era peor que el mismísimo Diablo. Apenas llegué a la sala que me había indicado el director (la cuarenta y siete, piso cuatro) me ordenó, muy seria:

-Como castigo te tocará copiar «No heriré más a mis compañeros» en unas hojas que te daré. Lo escribirás hasta que la hora del castigo se haya concluido.

Asentí, tomé un bolígrafo y las hojas que me entregó y me senté al fondo de la sala, en una silla que estaba contra la ventana.

El director me había indicado que no se podía escuchar música en la sala de castigo, por lo que no pude recurrir a mi mundo musical y tuve que contentarme con observar el asqueroso rostro de la señora Wells.

¡Era tan fea aquella mujer que daba asco! Tenía ojos verdes, con las pupilas algo ovaladas, como las de un gato, nariz puntiaguda, ojeras inmensas, labios finos y tirando hacia abajo (lo cual producía un gesto espantoso en su mirada), cabello pelirrojo con algunas canas, el mentón largo y algo salido (lo cual la hacía lucir como personajes animados del estilo de Johnny Bravo), y arrugas por toda su cara, lo que la hacía lucir como cien años más vieja de lo que en realidad era.

Como no quería retrasarme con todo el trabajo que tenía que hacer y ya me estaba muriendo del asco de observar a aquella horrorosa mujer, comencé a escribir aquella estúpida frase que lo único que lograba provocar era que yo me sintiera más culpable por lo que había hecho.

Cuando ya había pasado un montón de tiempo y ya había copiado como cien veces aquella frase; me dolía tanto la mano que se me ocurrió, ya que la vieja loca no estaba mirándome, tomarme un descanso y mirar un poco por la ventana.

Jamás pensé que tan sólo con mirar por la ventana podrían suceder tantas cosas. Bah, no tantas, pero más bien, nunca hubiese creído que pudiesen ocurrir cosas tan importantes.

La cuestión es que apenas posé mis ojos en la ventana, pude observar a un chico que andaba en skate, acompañado por un hombre que se reía mientras el otro hacía piruetas sobre du patineta.

El skater debía de ser el chico más hermoso del universo. Su cabello era castaño y enrulado, sus ojos, por lo poco que pude observar, eran claros, seguramente verdes o grises, su piel era algo morena, no era muy alto, e iba vestido con ropa de calle.

Jamás me había enamorado de alguien, pero en aquel momento mi corazón latió descontrolado y supe que aquél chico se iba a quedar merodeando en mi cabeza por mucho tiempo.


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