Capítulo Vigésimo Séptimo parte 3 (Luisa)

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Lo miré extrañada. ¿Había un cementerio en Fálizta?

     -Sí, hay un cementerio en esta magnífica ciudad.-declaró, como si hubiese leído mis pensamientos- Lo reconocerás, no te preocupes.

   Asentí y comencé a caminar hacia el bosque. No había llevado traje de baño entre mis pertenencias, y obviamente, no lo llevaba puesto, pero contaba con que el camisón blanco que nos hacían usar se me secase rápido, así podía evitar la incómoda situación de tener que hacer las últimas pruebas toda mojada.

      Finalmente, llegué al maldito muelle. Respiré hondo, me acerqué al borde y me zambullí.

        Debo admitir que el agua estaba muy fría. Más bien, estaba HELADA. Pero eso no impidió que Luisa-la-magnífica nadase. Al contrario, eso me motivó para nadar más rápido.

         En determinado momento, el tronco de un árbol se interpuso en mi camino. Traté de esquivarlo, pero me fue imposible. Era demasiado grande.

          «No seas tonta» pensé «Súbete al tronco y todo será más fácil.»

         Dicho y hecho. Al subirme al tronco, sentí cómo el agua me arrastraba, junto con el torso del árbol.

          Pude disfrutar del recorrido un par de minutos, hasta que el lago se dividió en dos: el "camino" de la izquierda y el de la derecha.

           ¿Cuál de ellos se suponía que debía tomar para arribar a destino? ¿De cuánto tiempo disponía para tomar mi decisión? Y, lo más importante, ¿cómo saber cuál de los dos caminos me llevaría sana y salva al lugar donde estaría el Jefe esperándome?

Me agarré a una roca que ejercía de límite entre los dos caminos para tener un poco más de tiempo para pensar.

¿Derecha, o izquierda? «Esa es la cuestión», como diría Shakespeare. ¿Cómo tomar esa decisión? ¿Cómo estar segura de que la dirección a la cual se dirigía uno de los dos caminos era correcta?

Miré a mi alrededor, prestando mucha atención, para ver si había alguien o algo allí que me pudiera ayudar a tomar la decisión correcta. Nada. Ni una persona, ni un objeto, ni una roca ni ningún animal que me indicase algo con lo que guiarme.

Suspiré. Por un instante, sopesé la idea de tomar el camino izquierdo, en honor a la mano que no tenía, pero, cuando estaba a punto de dirigirme hacia allí, algo en mí hizo como un "clic" y me dirigí hacia el camino derecho, diciéndome que, de todas formas, el no tener la mano izquierda me había traído mala suerte en la vida, a decir verdad.

Sigo agradeciendo hasta el día de hoy el haber tomado esa decisión. Porque, gracias a quién-sabe-qué, ese camino me llevó derecho al cementerio, donde estaba el Jefe esperándome.

Salí del agua y sentí con disgusto cómo mi camisón chorreaba, dejando a la vista partes de mi cuerpo que yo no deseaba mostrar.

-Muy bien, Menhër, muy bien.- sonrió de costado, satisfecho y me crucé de brazos, tratando de taparme un poco.

Bufé y pregunté con desprecio:

-¿Y qué más me va a pedir?
-Esta vez no es una petición, es una obligación.- respondió, sonriendo nuevamente con aquella sonrisa de costado. Pero esta vez; aquella sonrisa reflejaba odio, rabia y maldad.
-¿Qué...qué va a hacer?-titubeé, aterrada.
-Vamos a ver cuán resistente es frente a sus alergias.-declaró, y, acto seguido, me tomó del brazo y me arrastró a la Sala de Experimentos.


Una vez que llegamos allí, el Jefe me encerró en la habitación reservada a las pruebas físicas y se marchó.

Al cabo de unos minutos, en los cuales yo me sentí más sola y aterrada que nunca, volvió, y para mi sorpresa, llevaba un paquete de cigarrillos y un encendedor en las manos.

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