Capítulo Sexto (Luisa)

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Lo único que logró el profesor Gonzáles con cambiar los lugares donde nos sentábamos fue que yo tenía que hablar constantemente con Marina.

Al principio pensaba que se conformaría con hablarme solamente durante las clases, pero que en los recreos me dejaría tranquila con mi música. Pues no, Marina estaba decidida a seguirme A CADA LUGAR que yo iba.
Me hablaba de todo: de cuál era su color favorito (el negro, qué raro), de porqué era su color favorito (le parecía muy bonito y práctico, puesto que combinaba con todo), de qué quería ser cuando fuera grande (fotógrafa), de cuál era su asignatura favorita (dibujo), etcétera.
Lo peor de todo, era que yo no podía simplemente escucharla y asentir, porque ella me hacía muchas preguntas sobre mi vida, así que estaba en el horno.
Yo trataba de ignorarla, pero me era imposible. Siempre se me acercaba en los pasillos y me decía, con una sonrisa reluciente:
-¡Eh, amiga! ¡Te estaba buscando!
Yo suspiraba, forzaba una sonrisa y caminaba con ella.

Los primeros días, me sentía muy enfadada aún con ella por ser tan pesada e insistente, pero luego me empezó a caer bien.
No entendía porqué me caía tan mal antes. ¡Si era muy simpática y graciosa!
Recuerdo que un día, fui y le dije, mientras estábamos almorzando:
-Tú solías caerme mal.
Marina se echó a reír a carcajadas y casi se atora con el agua. Luego, me dijo:
-Yo eso ya lo sabía, se te notaba en la cara.
Me reí con ella. ¿Cómo se podía ser tan tonta en la vida?
-Vale, y aparte de eso, ¿qué más sabes de mí?
-Mmm, sé lo que me has dicho de tí: que te gusta el rojo, que no te gusta la ropa muy sofisticada, prefieres vestirte con ropa simple, trabajas en una biblioteca, amas leer y te gustan las noches estrelladas.-me respondió, riéndose un poco
En ese momento, los amigos de Marina (que eran denominados por la gente como "los populares") se vinieron a sentar con nosotras. Yo no los conocía mucho, pero de todas formas me trataban bastante bien, así que no me molestaba su presencia.
Tori, una de las chicas más admiradas por todos en el colegio, se sentó a mi lado y comenzó a decir su monólogo de siempre:
-Dios, ¡qué porquería la comida de aquí! Sería mejor que te dieran la mierda de un mono... ¡al menos sabes que no es tan líquida como este espantoso puré de papas! ¿Y qué cosa mejor que las milanesas duras de aquí? ¡El cáncer es mejor que estas milanesas! Al menos sabes que no vas a sufrir por mucho tiempo, no como cuando sufres del asquete que te dan estas mierdas. ¿Y qué onda con la ensalada de aquí? ¡¿Es que acaso la que la prepara un retrasado mental o qué?! ¡Dios me libre!
Marina, Déborah, Ana, Lucía, Mónica y yo nos la quedamos mirando, porque todas sabíamos que Tori pronunciaba aquellas palabras para que nosotras no sospecháramos de su enfermedad, es decir, de la anorexia que padecía.
Mónica, una de las chicas que mejor me caían del grupo, me había confesado que habían hecho todo lo posible por ayudar a su amiga, pero que todos estos intentos habían sido en vano.
En el momento en que Tori terminó de decir su monólogo, escuchamos que el altavoz que colgaba del techo del comedor produjo un ruido y en seguida se oyó la voz del director Zéfi:
-Luisa Menhër, de tercero 4, hágame el favor de presentarse en mi oficina inmediatamente.
En ese instante sentí cómo se me helaba la sangre. ¿Qué habría hecho? Intenté recordar cosas que hubiese hecho y que merecieran algún castigo, pero no se me ocurrió ninguna.

Marina, que se encontraba sentada enfrente de mí, me apretó la rodilla con su mano izquierda por debajo de la mesa y me dijo:
-Te están llamando a tí, ve. No te va a pasar nada, tranquila.-me guiñó un ojo.-Yo te recojo las cosas.
Suspiré, me levanté y me fui.

La oficina del director Zéfi era muy pequeña, al contrario del resto del establecimiento, que era inmenso. Contaba con un montón de plantas y flores que estaban colocadas en macetas, un escritorio bastante pequeño de color marrón, una silla giratoria de color rojo y una repisa donde se encontraban un montón de libros, colgada en una de las paredes.
El director Zéfi era muy alto y robusto, de pelo corto negro, ojos azules como el mar y bigote tipo Hitler debajo de la nariz. Era pálido y sus labios eran finos y secos, parecidos a una roca.
Se encontraba sentado en su silla giratoria, leyendo un libro. Ni siquiera levantó la vista cuando yo entré.
-No te voy a pedir que te sientes porque no tienes dónde sentarte.-me dijo a modo de saludo, aún sin levantar la vista de su libro- Y, además, tenemos temas serios que tratar, mi señorita.
Tragué saliva, incómoda. ¿Mi señprita? Ni que yo fuera su amante o algo así. ¿Quién se creía que era para dirigirse a mí de aquella manera? O sea, era el director, pero del colegio, no del mundo. Y se suponía que habían leyes que decían que había cierta forma de expresarse con los alumnos.
-¿Qué pasa... Señor Director?
Él suspiró
-Varias cosas, la verdad. Mi mujer me está por dejar, mi hija mayor no da señales de vida...
-Me refería al asuntillo que tenemos que tratar.-lo interrumpí.
-Ah. Sí, emm, digamos que me has decepcionado mucho. De casualidad...¿tú recuerdas algo de estas Navidades? ¿Algo malo que hayas hecho, de lo cual estés severamente arrepentida y quieras hablar con alguien de ello?-por primera vez desde que yo había entrado en la sala levantó la mirada y me miró fijamente a los ojos.
Suspiré y tomé el muñón que tenía por mano izquierda. No recordaba nada de esas vacaciones. Todo era como una mancha borrosa que se negaba a aclarecerse. Mierda. ¿Qué diablos habría hecho? ¿Por qué no lo recordaba? Y lo más importante, ¿qué tan grave era lo que había hecho?

-No recuerdo haber hecho nad de extrema gravedad.-dije, suavemente, para que la respuesta no tuviese tanto impacto en el director.
-Bueno, le voy a demostrar la gravedad del asunto. Sígame.-dijo severamente, se levantó, y comenzó a caminar.

Yo lo seguí. Salimos del despacho y avanzamos por los largos corredores del colegio, por las laegas filas de los casilleros, hasta detenernos frente a una puerta que me era familiae. Sobre ella rezaba un cartel que decía: "Enfermería". Con tan sólo mirar ese letrero, recordé cada minuto transcurrido en ese lugar, cada hora que pasaba quejándome de los dolores de cabeza que me venían cuando estaba cerca de alguien que fumaba, de aquellos segundos en los que me preguntaba si iba a morir o no, y las décimas de segundo en las que la enfermera me daba mi medicamento y me recuperaba.
El director Zéfi abrió la puerta y entró. Yo lo seguí, eché un vistazo a la habitación y casi pego un grito del espanto: en la camilla había un chico sentado, lleno de cicatrices y moretones por todas partes. Su tez era pálida, lo que hacía resaltar más el color de sus heridas y le daba un aspecto pésimo.

-¿Realmente no recuerdas aquella tarde del miércoles de las vacaciones, caundo te dirigiste a la casa de este chico y lo lastimaste gravemente? ¿Ni siquiera recuerdas por qué lo lastimaste?-me preguntó el director, matándome con su mirada.
-No recuerdo nada.-confesé, temblando. ¿Qué había hecho? ¡Dios mío! ¡No recordaba nada!

El herido me miró con una cara de odio tan profunda que no se podía comparar siquiera con la que debía tener Hitler cuando miraba a algún judío.

-No te desesperes, Juan, que el vídeo que ha grabado tu amiga la va a hacer entrar en razón.-Zéfi apoyó una mano en el hombro de Juan, y se dirigió al ordenador que había sobre el pequeño escritorio que se encontraba en un rincón de la sala.
Mientras él buscaba el supuesto "vídeo que me haría entrar en razón", no me atreví a hacer ningún ruido, por miedo a que fuese acusada por otra agresión que hubiese ejecutado.

Finalmente, el director Zéfi me hizo una seña para que me acercase a ver la prueba de lo que mi ser había hecho, y yo obedecí.
En el vídeo lo único que se veía era a una chica (que tras varios enfoques de cámara, me di cuenta que se trataba de mí) que apuñalaba a un chico con una navaja.
Cuando terminamos de verlo, el director y Juan me quedaron mirando, como esperando que yo dijese algo. ¿Qué se suponía que debía decir uno cuando estaba sorprendido y horrorizado de sí mismo? ¿"Lo siento"? ¿"No suelo comportarme así"? ¿"Si pasa una vez, otra no"? Como no dije nada, Zéfi prosiguió:
-Tu castigo durará dos meses, en los cuales tendrás que quedar fuera de horario con la señora Wells, cumpliendo con las tareas que ella te pida que realizes. Comienza a partir del próximo lunes.
-¿Tendré que quedarme todos los días?-pregunté temblando. Jamás había sido castigada y no creía que eso le agradase a mis padres.
-Sí, todos los días, de lunes a viernes, durante dos horas. Es decir, de tres a cinco de la tarde.-respondió.
-OK.-me dirigí a Juan.-Lamento lo que te he hecho. En serio, si necesitas ayuda, por más que te cueste, pídemela. Ha sido un error por parte mía haberte hecho semejante cosa, pero seguramente me encontraba ebria o deprimida y no sabía lo que hacía. Prometo controlarme de aquí en adelante.

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