Capítulo Décimo Segundo (narrado por Val)

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Estaba sumamente nervioso. Jamás me había encontrado en semejante situación: Luisa se estaba transformando un primero de febrero, y Marina y yo debíamos ayudarla a cumplir con el ritual del fuego; la parte más importante de todo el ciclo.

Sentía cómo me sudaban las manos mientras Marina le explicaba cómo hacer el ritual del fuego.

Además, Luisa parecía desconectarse del mundo de a ratos; y yo sabía por qué lo hacía: estaba recordando lo que había hecho inconscientemente el día anterior, antes de completar el ciclo de transformación.

-¿Tengo que ponerme dentro de la hoguera?- preguntó Luisa, aterrorizada ante semejante idea.
-Sí, cariño.-suspiró Marina- Pero no te va a pasar nada. Tú sólo concéntrate, ¿vale? Recuerda algo: el fuego no va a quemarte.- Marina la tomó de los hombros, calmándola.

Luisa observó con desconfianza la hoguera que habíamos montado. No parecía ni querer imaginar cómo se sentiría estar dentro de una.

Finalmente, dio unos pasos y entró a la hoguera, iluminándose, tal como hacían los otros fantasmas al realizar dicho ritual todos los días. Cuando todo su cuerpo se encontró dentro del fuego y cerró los ojos, Luisa comenzó a brillar tanto como el mismísimo sol.
Era aún más hermosa. Quizás esto se debía a que, al ser tan bella normalmente, cuando brillaba, la luz que irradiaba su cuerpo despedía aún más belleza; puesto que todo lo hacía más bonito.

Luisa parecía concentrarse demasiadl, su cara estaba fruncida y ella no sonreía.

Se mantenía seria, como tantas otras veces la había visto mientras cumplía con el castigo diario, que le habían impuesto por haber apuñalado a un chico de su curso, en el período de transformación de humano a fantasma.

Lo peor de todo, era que Luisa no recordaba nada de aquello. No era que no lo quisiera; es más, yo sabía que lo quería, puesto que me había encontrado en la misma situación; sino que no había forma de que ella lo supiera.

De lo único que iba a ser consciente después era de la aventura que había cometido el día anterior, antes siquiera de saber lo que era un fantasma; y créanme: no iba a ser feliz luego de tomar conciencia de ello.

Marina observaba maravillada la hermosa escena que estaba ocurriendo frente a nosotros. Seguramente moría de ganas de sacarle una fotografía, pero ambos sabíamos que eso sería imposible. Si algún humano agarrase su cámara por accidente y mirase la foto, nos veríamos metidos en un gran lío.

La plaza donde nos encontrábamos (que quedaba enfrente de mi casa) estaba vacía, a excepción de nosotros.

El fuego que irradiaba la hoguera no despedía calor, puesto que toda la energía térmica iba al cuerpo de Luisa, sin hacerle daño, obviamente.

El ritual del fuego podía realizarse de cinco a diez minutos, y Luisa ya iba seis. Nosotros no podíamos intervenir, puesto que podría interrumpir la transmisión de energía y todo sería en vano, además de que Luisa podría salir herida o incluso morir en el acto.

Pero yo moría de nervios, por eso contaba mentalmente los minutos que transcurrían.

-Tranquilo.-me susurró Marina perviviendo la inquietud en mis ojos.-Nada malo va a ocurrir.

"Nada malo va a ocurrir." Cuántos recuerdos evocaba en mí esa frase. Las largas tardes que había pasado consolando a mi mejor amiga tras la muerte de su querido padre, repitiéndole una y otra vez la ya mencionada frase. "Está en el cielo, cuidándote desde allá arriba, nada malo va a ocurrir" solía decirle, mientras la abrazaba, en los momentos donde la tristeza la embargaba y se echaba a llorar desconsoladamente. Recuerdo perfectamente el día en el que me di cuenta de que ella y yo estaríamos unidos por toda nuestra larga vida; puesto que nos habíamos demostrado nuestra lealtad y nuestro cariño fraternal en diversas ocasiones, y eso significaba mucho más que cualquier cosa.

Así que ahí estaba Marina, repitiéndome aquella frase que tantas veces la había calmado, recordándome que, pasara lo que pasara, ella iba a estar ahí para apoyarme.

Gracias a Dios ( o lo que sea que esté allá arriba y nos ayude en momentos de desesperación), Luisa salió de la hoguera, brillando un poco menos que cuando estaba dentro de ella.

-Se siente...reconfortante.- nos dijo, un poco distante, mirando al vacío. Parpadeó.-Pero creo que estuve demasiado tiempo allá dentro.
-¿Segura que te sientes bien?-pregunté, muy nervioso. ¿Y si le había ocurrido algo grave? ¿Qué haría sin ella, sin aquella sonrisa tan hermosa que iluminaba hasta la habitación más oscura?- Has pasado bastante tiempo dentro de allí. Ocho minutos, para ser exactos. Si hubieran pasado dos minutos más y siguieras allí dentro, estarías hecha polvo. Debes tener cuidado- le advertí, con el corazón parado del susto que me había llevado.

Luisa me miró directamente a los ojos. En sus bellos ojos color miel se podía ver claramente la inquietud, el nerviosismo y lo asustada que estaba. Pero, en vez de echarse a llorar como cualquier persona normal hubiera hecho, irguió su cabeza, esbozó una leve sonrisa y respondió:

-Me encuentro bien, gracias por preguntar. Tendré más cuidado la próxima vez. Es que me sentía tan cómoda allí, alrededor del fuego...

Sonreí. Sabía perfectamente a lo que se refería. Estar dentro de una hoguera, allí, con el fuego a tu alrededor, era lo más confortable del mundo.

Marina y yo aprovechamos a hacer el ritual y luego acompañamos a Luisa a su casa.

-¿Tus padres se encuentran en casa- le preguntó Marina cuando ya estábamos en la puerta de su hogar.
-No lo sé.-respondió mi amada, con la cara pálida por el frío que hacía aquella noche.

Me dio una pena terrible aquella respuesta. ¿Cómo podían dejarla sola los padres en semejante fecha? La gente ya no se preocupaba por nada, ni por sus propios hijos.

-Cualquier cosa que necesites llámanos a cualquiera de éstos números.- le dije, y le di una tarjeta con el número de Marina y el mío.
-Vale.- me dijo ella.

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