Capítulo Trigésimo Sexto (narrado por Luisa)

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La repugnancia que sentía al encontrarme frente a frente con mi padre era monumental. No podía creer cómo una persona totalmente civilizada se transformase en un monstruo de un día para otro.

Me negaba a decir una sola palabra. Al parecer, se dio cuenta de ello, porque enseguida comenzó a decir:

-¿Sabes? No ha sido tan difícil. Les estaba siguiendo el rastro desde hacía mucho tiempo. Sabía cada paso que daban, a qué lugar se dirigían, cuándo llegaban a destino, si estaban acompañados, si no lo estaban... Tal era mi deseo de borrar mis errores, de dejar todo atrás...Pero, si te soy sincero, me alegro de que yo haya traído al mundo a uno de los fantasmas mentalmente más fuertes del mundo.-no pude evitar mirarlo sorprendida, y él, al percibir mi expresión, se carcajeó-Que sí, eres una de las más fuertes del mundo.-sonrió. Odiaba su sonrisa. En ella se veía reflejado el mal, el odio, el rencor...Todo se reflejaba en una simple sonrisa. Qué puto asco.-Y en el camino, me encontré a tu hermano. Carlos. Él, tan pequeño e indefenso... No pude evitar traerlo hasta aquí...

El corazón se me paralizó. ¿Qué le había hecho a mi hermanito? ¿Acaso lo había herido? ¿Sería capaz de hacer algo semejante? ¿En qué se había convertido aquel hombre tan civilizado que había conocido? El mismo que me había cogido en sus brazos, que me había abrazado, que me había consolado cuando lloraba de pequeña...¿adónde se había marchado? ¿Acaso había desaparecido? ¿Se habría perdido en la ira de la bruma y del arrepentimiento?

-¿Qué le has hecho?-pregunté lentamente avanzando dos pasos, de manera que nuestros rostros quedaran a pocos centímetros de distancia y así poder mirarlo fijamente a los ojos-¿Qué mierda le has hecho a mi hermano, pedazo de imbécil?

      Mi padre no lo dudó un instante. Levantó su mano y ésta se estrelló contra mi mejilla, provocándome un dolor monumental.

-Aún no le he hecho nada, pero le voy a hacer lo que no está escrito.-amenazó y, dicho esto, agregó-Roberto, Felipe, traed a vuestro hermano.

Se me heló la sangre al ver a mis dos hermanos mayores traer a Carlos , tan débil y tan diminuto. Al verme, sus ojos se iluminaron de felicidad.

-¡Luisa! Hace tanto que no te veo, ¿dónde estuviste?-me preguntó, radiante y emocionado.

Una lágrima corrió por mi mejilla. Sin darme tiempo para responder, Roberto y Felipe sentaron a Carlos en una silla y le encadenaron las manos y los pies. Luego se pararon a mi lado, uno a la izquierda y el otro a la derecha.

    Ahogué un grito cuando vi a mi padre venir con una cuchilla en la mano y pararse detrás de donde estaba sentado mi hermano menor.

       -¿Sabes, mi querida hija? Nunca tuve que arrepentirme de nada. Hasta que los tuve a ustedes. Ustedes fueron el error más grande que cometí en toda mi vida, y son el claro ejemplo de la debilidad que tienen los Xior hacia los humanos. ¡Qué esperanza! Dejarlos a ustedes con vida sería un error gravísimo. Más grave aún que el que cometí al haberme acostado con vuestra madre, y al haber permitido que os diese a luz sin marcharme ni abandonarlos. Así que planeo deshacerme de cada uno de mis errores, empezando por ustedes.-sonrió-Lamento que te haya tocado justo a ti, mi Carlitos. Pero fue al tenerte que me di cuenta de que algo debía cambiar.-chillé tan fuerte que hasta mi padre se sobresaltó. Mis hermanos se apresuraron a sostenerme los brazos mientras chillaba, pataleaba y protestaba. Aquello no podía estar pasando. No podían hacerle eso a él. A mi Carlos. A lo único que me salvaba de la soledad que sentía cada vez que llegaba a casa. No podía permitir que le hicieran eso. No a él. Si había alguien que debía morir allí, esa debía ser yo. Y le supliqué a mi padre que no lo matara. Que yo merecía morir. Pero el monstruo de mi padre afirmó-No, tú ni mereces morir, Luisa. Tú eres la que mataré a lo último. Hoy será un verdadero festín.-Y, dicho esto, le hizo un profundo corte en cada muñeca a Carlos, que se había puesto a llorar al verme chillar y al comprender el cruel destino que tenía por delante.

    Sentí cómo el nudo que se me había formado en la garganta crecía cada vez más a medida que los ojos de Carlos perdían aquel brillo que tenían al verme. Aquel brillo que destellaba en sus ojos cuando abrazaba a alguien, ya fuese un desconocido o un familiar. Aquel brillo que tan feliz me había hecho durante todos esos años. Y al que ahora tanto añoraba.

      Pero al ver a Carlos totalmente vacío no sentí tristeza. Sino furia, resentimiento, dolor...

    Miré a los ojos a mi padre. No sé cómo, pero a mi alrededor comenzaron a desfilar imágenes aterradoras: mi padre engañando a mi madre, mi padre asesinando a un pobre hombre que lo había traicionado en un asunto del trabajo...Imágenes y recuerdos aterradores y espantosos de los cuales yo nunca había sido consciente. Momentos en los cuales la crueldad de mi padre salía a la luz, y que contradecían todo lo que él había dicho. ¿Por qué se había quedado con mi madre si ni siquiera la quería, si se había ido con la primera que se le cruzaba en el camino? ¿Por qué?

      En el momento en el que vi la expresión pálida de mi padre y sus ojos perdidos y fríos, comprendí que jamás obtendría respuestas a mis preguntas. Comprendí finalmente que había matado a mi padre. Y comprendí, no sin cierto horror que no me sentís ni culpable ni triste.

     Me di la vuelta para ver si mis hermanos seguían allí, pero habían desaparecido.

    Corrí hacia donde estaba Val desesperada, y le corté las cuerdas con las que estaba encadenado con un cuchillo que había llevado para la ocasión. Lástima que éste no me haya servido para salvar a Carlos. Aparté enseguida estos pensamientos y salí corriendo de aquel espantoso lugar, con un Val ya casi inconsciente en brazos.

      Ya lejos del peligro, sólo quedaba espacio para el dolor.

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