Capítulo Décimo Noveno (narrado por Luisa)

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Marina casi estalla de la emoción cuando se lo conté. Bah, eso no significa que yo no estuviese emocionada, pero trataba de no demostrarlo: los chicos solían darte falsas ilusiones.

   Pero no podía evitar soñar con él por las noches y alegrarme cada mañana pensando que mi sueño por fin se había vuelto realidad.

   Aunque ahora las charlas que manteníamos eran medio incómodas, yo sabía que cuando saliéramos oficialmente todo se iba a solucionar. Eso era sólo el comienzo donde no éramos nada pero, a la vez, éramos todo.

     Yo sabía con certeza que lo amaba y que haría todo lo que estuviera a mi mano para que lo nuestro funcione.

     El 10 de marzo iba a ser el "gran día gran", como diría Marina. Tenía que buscar la ropa adecuada para la ocasión. Pero mi limitada cantidad de ropa me complicaba el trabajo. ¿Una camisa a cuadros roja y un buzo por encima de ella; y unos jeans grises con unas botas que me iba a prestar Marina? No, demasiado informal. ¿Un vestido con unas zapatillas de Marina? No, demasiado formal.

    Qué complicada que era esa tarea, Dios mío. ¿Por qué no era un chico? O al menos, ¿por qué las mujeres no pensábamos como los chicos? Todo sería mucho más simple.

    Solucioné todo la noche antes del gran día. Marina me llevó de compras a una tienda de segunda mano que quedaba por las calles Witter y Potter; donde me decidí finalmente por una blusa blanca, un buzo verde oscuro y una chaqueta de cuero negra que llevaría con los jeans grises y las botas de Marina. Ésta me había prometido maquillarme antes de la cita y asegurarse de que Val fuese muy respetuoso conmigo. Era agradable saber que contaba con ella para lo que fuera.

    El gran día fue un estrés total. Val me pasaba a buscar a ls una de la tarde, e íbamos a almorzar en un restaurante que a él le encantaba.

    Me había fijado el despertador a las nueve, cuestión de tener el tiempo suficiente para vestirme, pero se ve que estaba muy cansada, porque me desperté de un salto a las doce y media.

    Marina me ayudó a vestirme (cosa demasiado rara e incómoda) y me maquilló a la velocidad de un rayo.

 

     Tocaron el timbre. Marina me miró por última vez a través del espejo de su cuarto y movió los labios, deseándome suerte silenciosamente. Luego me tendió unas llaves de repuesto, y finalmente me besó en la mejilla, despidiéndose.

     Caminé lentamente hacia la puerta principal y la abrí. Detrás de ella de encontraba el amor de mi vida, Osvaldo Tiber.

      -Primera vez que te veo emperifollada, Chica Mala.-dijo, a modo de saludo, sonriendo.

   Me reí. Era verdad: yo jamás de los jamases me maquillaba.

      -Primera vez que eres amable, Chico Del Skate.-dije, irónicamente.

    Val esbozó una amplia sonrisa.

      -¿Vamos?-me preguntó.
      -Vamos.-respondí, cerrando la puerta detrás de mí.

   

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