Capítulo Vigésimo (Luisa)

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-¿Qué se les ofrece?-nos preguntó el mozo, cuando se acercó a nuestra mesa.

El restaurante al que me había llevado Val estaba casi vacío. Solamente habían dos o tres parejas (entre las cuales Val y yo estábamos incluídos) sentadas. El local era muy grande, tenía diversas mesas que estaban dispersas en distintos ángulos del comercio, dejando así bastante espacio entre mesa y mesa. Las paredes eran todas blancas a excepción de la que se encontraba detrás de la barra, que estaba pintada de verde claro.

-Pediremos una ensalada para la chica y un plato de ravioles para mí.-respondió Val, tras vacilar un segundo.
-¿Y de beber?
-De beber una botella de un litro de jugo de limón y pomelo.-respondió y me guiñó un ojo.

Me reí. No hacía falta ser un genio para saber que amaba ese jugo.

El mozo tomó la orden y luego se fue.

-Bueno, -Val sonrió- ¿no tienes ninguna duda sobre Fálizta o sobre los fantasmas?

Lo miré, sorprendida. ¿Fálizta? ¿De qué me estaba hablando?

Formulé mi pregunta en voz alta.

-Fálizta es la ciudad donde viven los fantasmas. Algunos viven allí todo el año, otros sólo en verano, como Marina y yo.-me explicó.
-¿Y cómo es Fálizta?-pregunté, apoyando los hombros sobre la mesa.

Sus ojos verdes brillaron, como si estuviera recordando algo que lo hacía feliz.

-Fálizta es...hermosa. Apenas entras en ella y ya te sientes en casa, sin importar si es la primera vez que vas o si fuiste mil veces.

Sonreí, imaginándome lo que había dicho.

<<Debe ser precioso.>> pensé.

-Y...-me aclaré la garganta-¿El lado oscuro de Fálizta?¿Cuál es?

Osvaldo me miró, poniéndose serio de repente.

-¿Realmente quieres conocerlo?-me preguntó, con la voz quebrada.-¿Realmente quieres saber qué hace que los fantasmas no queramos dormir?
-¿Es eso realmente posible?
-¿El qué?
-Que los fantasmas no puedan dormir.
-Claro que es posible-Val pareció ofendido.- No porque seamos inmortales no tenemos sentimientos.
-Entonces...dime-hice una pausa-¿qué es lo que tanto os aterra?

El mozo vino y nos sirvió la comida y la bebida que habíamos pedido. <<Qué rapidez>> pensé.

Cuando se fue, Val respondió a mi pregunta:

-¿Acaso sabes lo terrorífico que es saber que tu padre (o madre) se ve obligado a matarte? ¿Acaso sabes lo que se siente el pensar que, si esa persona hace caso a los otros Xior, tú estarás muerto en cuestión de poco tiempo? ¿Acaso sabes lo mal que te sientes al querer a tu propio asesino?-hizo una pausa- Lo peor de todo es el primero de febrero. Durante todo el día y toda la noche pasas preguntándote: <<¿Vendrán a por mí?>> <<¿Estaré vivo mañana?>> <<Si me matan, ¿cómo se sentirá Marina? ¿Y mi padre?>>-me miró y suspiró.- Pero la peor parte les toca a los fantasmas más poderosos, los que pueden manipular mentalmente a alguien. Éstos son el blanco de los Xior. No importa si son niños, jóvenes, o adultos; pero deben ser asesinados tarde o temprano.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

-¿Por qué?
-¿Por qué? Porque son muy hábiles. Pueden cambiar los pensamientos y sentimientos de la persona que deseen, ya sea humano o fantasma. Y a los Xior no les agrada eso.
-Pero...¿por qué?

Osvaldo suspiró.

-Porque tú no debes cambiar la manera de ser o de pensar de otra persona. Eso es inmoral, no puede ser permitido.- me explicó.
-¿Así que tú estás de acuerdo con el asesinato de dicha clase de fantasmas?

Mi amado negó con la cabeza.

-No, no y no. Yo no justifico lo que ellos hacen. Yo creo que ese poder no es bueno si cae en las manos equivocadas. Y en caso de caer en éstas, creo que deberían castigar a esas personas.-pinchó un raviol y se lo llevó a la boca.

Yo estaba tan atenta escuchando lo que decía Val que me había olvidado de comer.

Me decepcioné un poco al ver la pequeña porción de ensalada que había ordenado.

Comimos en silencio, cada uno hundido en sus pensamientos.

Después de comer, fuimos al puerto de Aracia, un pequeño puerto lleno de barcos de pesca y navíos enormes y lujosos que pertenecían a los de alta sociedad.

-¿Te gusta el mar?-preguntó Val, rompiendo el hielo.

Sonreí.

-Claro. Es de las cosas más hermosas que hay en este mundo. ¿A tí?
-A mí me encanta. Tengo tantos buenos recuerdos en este puerto.-rió por lo bajo.- Marina y yo solíamos venir aquí a ver al padre de ella trabajar. Comprábamos siempre unos refrigerios en la panadería que queda aquí, a tres calles, -señaló hacia el norte-y luego nos sentábamos en el muelle a ver cómo la gente pescaba. Recuerdo que, una vez al mes, el padre de Marina venía con nosotros y nos dejaba bañarnos en la zona por la que no pasaban los barcos.

Me reí. ¡Qué divertido hubiese sido tener esas experiencias de pequeña! Yo con suerte iba al parque con mi madre o con Carlos.

El sol brillaba en el mar, donde se reflejaban destellos de luz. Una brisa primaveral corría, a pesar de ser principios de marzo. Se oía el ruido de los árboles al moverse al compás del viento.

No había mucha gente en el puerto y se oían claramente nuestras pisadas al caminar. Todo era tan romántico y bello que sentía que las mariposas iban a destruir mi estómago.

El silencio que se había impuesto entre nosotros no era para nada incómodo.

Todo estaba perfecto hasta de repente que me sentí rara. Sentía que Val y yo no estábamos solosm que alguien nos estaba observando. Voltée mi cabeza y vi a un hombre que estaba leyendo un periódico; apoyado en uno de los faroles. Su cara me resultaba familiar, ¿de dónde lo conocería?

-¿Qué ocurre?-me preguntó Val, con cara preocupada.
-Creo que conozco a ese hombre.
-¿No recuerdas haberlo visto antes?
-No, pero estoy segura de que lo conozco.
-Bueno, capaz que luego recuerdas de dónde le conoces.-me dijo y volvimos a quedarnos callados, cada uno sumido en sus pensamientos.

El resto de la tarde fue espectacular. Fuimos a una feria de ropa y Val me compró un gorro de lana del tamaño de la cabeza de un bebé recién nacido, de manera que yo lo pudiera usar como guante para mi muñón.

Pero mi mente se había quedado estancada en ese hombre. ¿Quién sería?

Me pasé los días siguientes pensando en eso. Pero, a pesar de todos mis esfuerzos, seguía sin recordar de dónde lo conocía.

¿Por qué me importaba tanto? Si de todas formas, jamás lo volvería a ver. O, al menos, eso creía.

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