14. El chico de la ventana

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(Liz)


No había muchas cosas comparables con el color de sus ojos. Tal vez el mar o el cielo nocturno. Había algo reconfortante en su mirada. El chico parecía distraído, como si hubiera estado tanto tiempo dentro de sus pensamientos, que ahora no sabía cómo reaccionar ante esta realidad.

—¿No puedes dormir? —pregunté.

Él reaccionó.

—Supongo que no —respondió. Había estado tanto tiempo mirando sus ojos, que no había notado una pequeña herida en su frente. Me pregunté qué lo habría causado, sin embargo, no lo pregunté en alto—. Aún es temprano.

Reí.

—Es más de media noche.

—¿y? —sonrió. Una sonrisa encantadora —. Parece que vienes de una fiesta.

Miré mi atuendo, estaba un poco arrugado y con una pequeña mancha de salsa en él.

—No era una fiesta —aclaré —. Además, no soy de las que salen a fiestas.

Algo en su sonrisa brilló aún más.

—Ah, eres una nena de mamá.

Fruncí el ceño, sintiéndome ligeramente ofendida por su comentario.

—¡No es cierto! De hecho, acabo de tener una discusión con mi madre —dije como una niña pequeña y orgullosa. El chico rió.

—¿Por qué? ¿No quisiste comer tus vegetales?

Ja-ja —fingí una risa —. Eres muy gracioso, ¿te lo habían dicho?

Él se encogió de hombros.

—Me dicen más cosas que esas.

—¿Cómo qué?

—Pues —empezó, con una mano en la barbilla fingiendo estar pensativo —, no quisiera alardear, pero muchos suelen hablar de mi valentía, carisma e increíble atractivo —Bromeó, yo reí y rodé los ojos.

Hablar con aquel chico fue bastante fácil, lo cual es mucho decir. Normalmente no hablo con extraños al otro lado de mi ventana, pero había algo en esta conversación que la hacía fluir como un río. Habían ciertas palabras que resonaban como ecos en mi cabeza, por razones que no lograba comprender. 

No había necesidad de presentaciones, solo éramos dos personas charlando y bromeando como si nos conociéramos de toda la vida. Y, cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde y aún no conocía su nombre.

—Debería ir a dormir —dije casi apoyando todo mi pensó en mis antebrazos que estaban sobre el borde de la ventana.

—¿De verdad? No lo creo, solo son las... —miró su muñeca, en donde (por cierto) no había ningún reloj —seis de la mañana.

—Ni siquiera tienes reloj.

—Muy observadora —sonrió y se enderezó, entonces noté lo alto que era, probablemente me llevaba una cabeza de diferencia —. Supongo que yo también debería dormir.

—Oye, ¿cuál es tu nombre? —él no contestó de inmediato, parecía estar debatiéndose entre contestar o no, así que probé algo más —. Mi nombre es Liz, y supongo que, ya que somos vecinos, debería saber tu nombre también.

Un momento después, asintió.

—Soy Jonathan —fue lo que dijo antes de adentrarse en su habitación.

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