27. Disculpas y visitas inesperadas

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(Liz)


El día llegó tan rápido como un parpadeo, o al menos así lo sentí yo. El aire en la arruinada casa antigua esa mañana estaba pesado y triste.

Los muebles de la sala estaban volcados, algunos estaban rayados y otros completamente destruidos. La ventana, donde habían estado pedazos de vidrios rotos, ahora estaba completamente sellada con tablones de madera. La puerta parecía reacia a quedarse cerrada sin la silla que la sostenía. Y el suelo estaba repleto de escarcha de vidrio, trozos de madera y cortinas rasgadas.

Aún con todo ese desastre a nuestro alrededor, desayunamos como si nada hubiera ocurrido. Pero, a diferencia de los días anteriores, todo estaba en silencio, solo con el suave sonido de metal contra metal de los cubiertos. Luego del desayuno, todo el mundo hizo sus maletas. Y, en pocas horas, esa casa, que antes parecía tan cómoda y cálida como la de mi querida abuela, quedó completamente vacía.

Al salir se abrieron dos caminos frente a nosotros; hacia uno de ellos, Erik, Lou y Ellie irían a un lugar seguro, y nosotros nos iríamos en sentido contrario, directo hacia el peligro. No pude evitar compadecerme de la pequeña Ellie, que parecía aguantar con todas sus fuerzas las lágrimas en sus ojos, separarse de su único hermano (y lo único que tenía) no debía ser nada fácil. Entonces, Alan se había arrodillado frente a ella, y había sonreído como pocas veces lo había visto sonreír.

—No estés triste —le había dicho él —. Volveré por ti, lo prometo.

En voz aún más baja, le había escuchado disculparte con ella también, aunque yo no estaba muy segura de la razón de su disculpa (tal vez se disculpaba por mentirle todo este tiempo, tal vez por el susto que le causó, o por cosas que yo aún no entendía) él parecía auténticamente sincero.

No pregunté de dónde habían conseguido el gran auto negro cuando me subí al él, porque no tenía sentido hacer una pregunta tan estúpida. Alan iba conduciendo, a su lado estaba Jenn y yo me hundía en el asiento de atrás. Al principio nadie habló, y yo solo me cuestioné por qué era Jenn quien estaba al lado de Alan, sabía que era un pensamiento estúpido, pero era mejor que pensar en lo que nos depararía el destino de ahora en adelante.

No estuve segura de cuándo se inició una conversación, tal vez porque yo no participaba en dicha conversación. Al cabo de un minuto me encontré escuchando una sarta de palabras inentendibles para mí, entre Alan y Jenn.

—Revisé los mapas, antes de salir —decía él, sin apartar la vista de la carretera —. Son 150 kilometros hasta allá.

—¿Estás seguro de que él aceptó? —ella sonaba desconfiada.

—Por supuesto, es el mejor plan que tenemos.

Scott Brander no es de confianza, nos venderá a la maldita organización en cuanto tenga oportunidad...

—Esa es la idea —Alan sonaba emocionado, y yo empezaba a cuestionar la seguridad de su plan, sin embargo no dije nada —. Scott nos dará un techo el tiempo suficiente, y luego nos venderá a quien sea que sea el verdadero jefe de la organización —pude verlo sonreír —. Si no podemos ir a él, dejemos que él venga hacia nosotros.

Jenn soltó una corta risa, pero autentica, y no pude evitar sentirme ligeramente irritada. Aunque era estúpido, no pude evitar notar que ellos hablaban como si yo no estuviera ahí. Había cierta complicidad en su conversación, cualquiera que lo viera desde afuera podría pensar que ellos dos eran una feliz pareja planeando un viaje vacacional, y ese pensamiento solo hacía crecer el sentimiento de odio hacia Jenn, que había empezado a sentir junto a los pedazos de pasado que regresaban a mi cabeza. 

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora