Llega un momento en la vida en la cual miras hacia atrás y extrañas esos pequeños momentos de felicidad, esos momentos en los cuales un dulce era el mejor regalo entregado, ir al parque era el mejor sitio para divertirse e ir corriendo hacia los brazos de tus padres era el mejor lugar para refugiarse, esos pequeños momentos que eran especiales se los extraña porque cuando vas creciendo, se van extinguiendo.
Llegué a esa reflexión un domingo acostada en mi cama, en un mes de octubre que no prometía nada de nada, sólo veía pasar los días hasta finalmente acabar con la apuesta estúpida pero ingeniosa que seguía vigente.
En mi vida no estaba ocurriendo nada interesante, era la misma rutina: levantarme, asearme, alimentarme, ir al instituto, recibir clases, regresar a casa, almorzar, hacer deberes, si habían pruebas, estudiar para finalmente ducharme y dormir; era un ciclo repetitivo que ya me estaba cansando.
Los fines de semana eran peores, los chicos se iban con sus amigos universitarios, se desaparecían todo el miserable día y me quedaba sola en el Hogar, inclusive Rafael se desaparecía, únicamente quedaba yo.
La unión por la cual éste Hogar se caracterizaba está desapareciendo, ya casi no existe, todos comen en sus habitaciones, llegan a encerrarse en aquellas madrigueras (Así yo las he nombrado porque sólo salen cuando deben marcharse y para alimentarse, aparte como tienen la puerta cerrada no les entra luz natural) y no había nada, absolutamente nada que los sacara de allí.
Desde el incidente con Thomas en el instituto nadie osaba a hablarme, me había ganado una reputación que equivalía a las seis primeras letras de la palabra (REPUTA) y todo porque se habían encargado de difundir una historia muy tergiversada y para culminar, Verónica no estaba yendo a clases por algún motivo desconocido.
Decido levantarme de mi cama y salir al patio del Hogar, antes de hacerlo busco mi traje de baño de dos piezas y me lo pongo, consiste en un brassier con el estampado de un amanecer y la parte de abajo lleva el mismo modelo, me aplico bloqueador, agarro una toalla, unas gafas y mi móvil.
La pechuga y el trasero me resaltan con este bañador, antes me quedaba mas decente.
Creo que me han crecido en este tiempo.
Bajo las escaleras y llego al hall y como me lo esperaba no hay nadie, sigo hasta la cocina y abro la puerta trasera que da con la piscina mediana, ubico mis cosas en una silla e ingreso a la piscina, empiezo a nadar libremente y por cada brazada que doy me siento más y más liberada, estoy así siquiera por una hora, el cuerpo me pide a gritos un descanso.
Salgo del agua y camino para tomar mi toalla y secar mi cuerpo, luego me recuesto en una de las sillas y cierro los ojos pero los vuelvo a abrir porque empiezo a escuchar voces provenientes de la cocina y comienzo a escuchar como se van acercando.
Diablos, justo ahora no traje ropa para cambiarme.
-Vaya, Becca en bañador, nos estamos muriendo y ni por enterados- Se burla Bruno al verme recostada en la silla -Tus hermanas están en la cocina junto a Aurora y Verónica.
-¿Se las encontraron en el camino o algo parecido?- Pregunto muy sorprendida.
-No, salimos entre todos a divertirnos al parque.
Auch, golpe bajo.
-Que bien, supongo.
-Lo siento, no te avisamos porque cuando hicimos el picnic no te incluiste y no sabíamos que te sucedía.
-No te preocupes- Digo tratando de no sonar afectada -Me da igual.
Tomo mis cosas y dejo a Bruno en la piscina, camino hacia la cocina y los veo a todos, inclusive a Amelia junto a Francisco sentados en los banquitos del mesón de la cocina.
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Apostando mi virginidad
Ficção AdolescenteBecca, Una adolescente de 16 años es enviada a un retiro de su colegio, junto a su hermana Marina y su mejor amiga Aurora. Todo va bien hasta que en el retiro, Rafael Hamilton, organizador de todo empieza a dar la charla con un tema del desagrado de...