Capítulo 31.-El Chamán.

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Los cascabeles aparecieron y no vinieron solos. Iban sujetos a un palo largo que servía de bastón. Un hombre maduro con rasgos indios y de escasa estatura se apoyaba en él. Vestía una especie de túnica vieja y unas sandalias abiertas que dejaban ver, unos descuidados pies de largas uñas y sucia piel. Colgando del cuello, varias plumas de colores resaltaban sobre el tejido marrón de su ropa. Caminaba cogido de Leo, haciendo sonar los cascabeles de su alto bastón. Debía tener su habitación en el interior de aquel pasillo que aún no había explorado.

El señor Cook cogió una silla y la puso junto a la hoguera para que se sentara. Leo le acompañó hasta ella y curiosamente le ayudó a sentarse, aunque yo no aprecié que le costara caminar ni nada por el estilo. Fue en el momento en que estuvo sentado y las llamas le alumbraron, cuando me di cuenta de lo que sucedía. El chamán era ciego. Sus ojos abiertos mostraban como una tela blanca que cubría la retina y la pupila, dándole un aspecto escalofriante. Los que rodeaban la hoguera se fueron retirando a ambos lados, dejando un pequeño pasillo entre el chamán y yo. Sentí como las miradas de todos se clavaban en mí como cuchillos.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras Prince me apretaba la mano. Le miré desconcertada y un poco asustada. Se supone que debía acercarme por ese improvisado pasillo hacia él y presentarme, pero ver que trataban al chamán como un hombre importante me producía respeto y cierto temor. Prince, que ya me conocía bastante y se dió cuenta de mi incertidumbre, tiró levemente de mí con una tranquilizadora sonrisa, acompañandome a conocer a aquel misterioso hombre.

El chamán oyó nuestros pasos y movió su cabeza en nuestra dirección, mirándonos sin vernos. Pasamos junto a la hoguera y la calidez de sus brasas evaporó temporalmente la humedad de la fábrica. Cuando estuvimos frente al chamán, Leo colocó un cojín en el suelo a sus pies y me indicó que me sentara. Prince me ayudó a hacerlo y en cuanto comprobó que estaba bien, me apretó ligeramente la mano para soltarla al momento y colocarse junto al chamán. Allí estaban, Leo y Prince uno a cada lado de aquel hombre, que parecía un Rey escoltado por su guardia real y rodeado por sus súbditos. Yo me sentía como alguien que fuera a ser juzgada.

El chamán extendió sus brazos hacia mí hasta colocar sus manos sobre mi cabeza. Me acarició el pelo con suavidad y empezó a tocarme la cara, intentando descubrir mis rasgos con sus dedos.

-Mmm...eres muy guapa-de nuevo me sentí halagada con tanto cumplido. Miré a Prince y sonreí, teniendo aún sus manos sobre mi rostro. Percibió mi sonrisa en sus dedos y sonrió él también. Después suspiró y cerró aquellos ojos muertos, para dejar únicamente su mano derecha sobre mi cabeza.

-Veo cosas mi niña...has sufrido la ira del tigre en tu piel...

Miré a Prince y noté cómo se tensó. Escuchaba intrigado las palabras del chamán y me miraba compasivo como si no soportase que nadie me hiciera sufrir.

-Tu atrevida inocencia te hizo caer en sus garras y ha estado a punto de matarte...

Notaba como una cálida sensación justo en el lugar de mi cabeza donde él tenía su mano. Entonces no sé cómo ni por qué se me cerraron los ojos. Seguía escuchando la voz del chamán y al mismo tiempo pequeños flashes se apoderaron de mi mente.

-Te gusta observar una imagen más que ser observada, ésto te da mucho poder ya que puedes recordar detalles imperceptibles para el ojo humano-los flashes se repetían deslumbrándome en mi mente, como si alguien estuviera fotografiándome sin parar.

Creo que era una máquina fotográfica. La veía disparándose una y otra vez, pero algo me decía que no me fotografiaban a mí. Era yo la que apretaba el botón. Vi a Prince, le hacía fotos a él. Esto no podían ser recuerdos sino ilusiones, ya que yo nunca le había hecho fotografías a él ya que no le conocía.

Indigente | #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora