Capítulo 4

3.7K 324 154
                                    

Contemplo el color blanco del techo de mi dormitorio, deseando llevar mi mente con algo de imaginación a algún lado de aquí luego de presenciar un encuentro para nada sutil entre ciertas personas que no quiero mencionar. Y lo único a dónde pudo llevarme eso fue a las ganas de ir al baño. Suspiré frustrada de aburrimiento. Lentamente me dirigí al cuarto de baño, pero Alice sorprendentemente ingresó en el cerrando la puerta de un portazo nada amable. Fruncí el ceño confundida.

—¡Lo siento! ¡No me puedo aguantar ni un segundo más, he venido corriendo! —Se excusó.

Reí. ¿Debería decirle lo que vi? Porque era muy obvio o al menos para mí.

—Perdonada, ya me habías asustado —escuché su risa mientras escuchaba que el agua desprendía del lavabo, para luego encontrarla frente a mí con su rostro empapado.

—Todo tuyo —sonrió dándome el pase.

—La verdad es, que no sabía qué hacer —ríe—, hasta que llegaste.

—No quiero que tomes a mal lo que te voy a decir, pero... ¿por qué no estás haciendo algo de la escuela? —Se lanzó en su cama. Creo que es costumbre de ella, aunque se veía divertido, así que yo también lo hice en la mía.

—Pues no lo sé, simplemente no me siento con ganas de hacer nada.

—Oh, entiendo. ¿Y tu día qué tal estuvo? —Su mirada azul me observa con diversión, teniendo sus manos juntas sobre su estómago.

—Alice —reí—, tú estuviste conmigo casi todo el día.

—Cierto, pero menos en los descansos.

—Hablando de eso...

—¿Ocurrió algo, cierto? —asentí—. No me digas que fue la puta de Sophia otra vez. Dímelo y juro que voy a ahora mismo a arrancarle las extensiones.

—¡No! Aunque eso sería muy divertido de ver —reímos.

—¿Entonces?

—Bueno... En el primer descanso, en el salón solo nos quedamos Jackson y yo.

—¡No me digas! ¡Se te insinuó! ¡¿Y aceptaste?! ¡Santa mierda! ¡Qué suerte la tuya, Edwards! —Chilló notablemente emocionada por la idea errónea que acaba de tener. La miré espantada—. Seguro tienes un puto trébol en el trasero.

La estruendosa risa que suelta quizá sea la más contagiosa o la más terrorífica que he escuchado jamás. Frunzo el ceño por lo último que me dijo que sin poder evitarlo quiero reír con ella.

—¡Alice, no! ¡Ni una de esas! Y no, mujer, qué cosas dices.

—¿Entonces...? ¡Por amor al sexo! ¡Ya dime!

Ella no dijo eso, ¿o sí? Por Dios, está loca.

—Jackson se acercó a preguntarme cómo estaba.

—¿Qué? ¿Nada más?

—No, nada más.

—¿No se te insinuó en ningún sentido?

—No.

—¿Nada, nada?

—Nada, nada.

—¿Segu-

—¡Alice!

—Está bien. ¿Y entonces?

—Pues lo que pasa es que creo que me gustó que se haya preocupado.

—No será... que te gusta él —subía y bajaba sus perfectas cejas una y otra vez. Me sonrojé.

—No, dudo que sea eso.

Lo Inalcanzable » m.j (#LI1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora