2. El símbolo

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Hugo


Hoy es sábado por la mañana, un buen día para salir a correr. Me levanto de la cama con energía y me pongo ropa deportiva. Mientras me visto dejo la ventana abierta para que se aireen las sábanas. Salgo de mi habitación y cruzo el pasillo contiguo para llegar al cuarto de baño. Nuestro piso tiene decoración antigua y muebles de madera de roble oscuro por capricho de Marc. A él le gusta mucho este tipo de cosas, los objetos antiguos y las cosas viejas. Y nuestro piso no podía ser más idóneo para él. Está situado en un bloque que se extiende al pie de un gran parque deportivo, alto y amplio. Su interior es algo laberíntico así como cada vivienda. Nuestro piso tiene ciento sesenta metros cuadrados y al mes nos cuesta cuatrocientos euros. Es un poco caro, y entre la universidad y la academia de Marc se nos hace agotador. Si vivimos el día a día es porque aún conservo cien mil euros que me dio mi madre cuando entré por primera vez a la universidad. De entrada me dio seiscientos, y yo los acepté sobre todo por Marc, para ayudarlo en lo que necesitase. Mi dinero está en la misma cuenta bancaria que la suya y tiene permiso para coger cuanto quiera. Además de esos cien mil, todavía nos quedan mil euros de nuestras becas, juntas las dos. Tenemos de sobra para pagarlo todo, incluso la academia de inglés a la que está yendo Marc. Mi madre me manda quinientos euros al mes por si los necesito, para la comida sobre todo. Y aunque yo pienso en devolverle su dinero, Marcos sigue diciéndome que no debería ser así con mi madre y que necesitamos su ayuda. Mi madre me dijo que si alguna vez se nos agota el dinero, nos mandaría más. Pero sacarse una carrera no cuesta mucho más de cien mil euros, por lo menos la nuestra y los dos juntos. Además, ya hemos pagado dos años, estamos en el tercero. Es probable que nos sobre dinero y todo. Pero mi madre se preocupa demasiado por mí, y eso que ya la mandé en el verano a paseo.

Vuelvo a entrar en mi habitación y me entretengo en hacer la cama. Luego después me quedo observando mi reflejo en el cristal de la ventana y me coloco bien un remolino gracioso que me ha aparecido en la coronilla. Mi cabello liso y negro me cubre la frente y, para mi gusto, ya está demasiado largo de patillas. Tendré que recortarlo cuando tenga tiempo.

En la cocina antigua con muebles de madera, sentado a la mesa, está Marc entretenido leyendo un período diario. Huele a tostadas y a mermelada casera. La madre de Marcos sabe hacer ricas mermeladas y de vez en cuando nos manda en un paquete un poco de sus experimentos. A veces nos manda magdalenas y galletas caseras. Siempre le ha gustado mucho la confitería, y estuvo trabajando en una hace algún tiempo. Pero hace algunos años dimitió de su trabajo para dedicarse a hacer todo tipo de dulces sin un jefe sobre su cabeza. Y ahora se dedica a venderlos a los vecinos o a poner puestos cuando llegan los mercados navideños. Considero a la madre de Marc mi madre. Mientras que la suya le manda dulces hechos desde su mano y cariño, la mía me manda dinero fabricado por mano de otros.

–Buenos días –bostezo mientras cojo dos naranjas de zumo para exprimirlas.

–Buenos días, ¿has visto esto? –me pregunta agitando el periódico mientras muerde su tostada.

–Acabo de levantarme, no he tenido tiempo de ver nada.

El zumo de la naranja me salta y me empapa la camiseta blanca con la que tenía pensado salir a correr. No pasa nada, me pondré una sudadera encima y listo. Mientras vierto el zumo en el vaso, Marc me dice:

–Una banda de gamberros anónima está llenando las calles de la ciudad con grafitis de un único símbolo.

Dejo el vaso en la mesa y me encamino a la cacerola en la que hierve leche de bolsa. A mi compañero no le gusta la leche de cartón porque dice que está más manipulada. Por eso está empeñado en comprar leche de cabra que, según él, es más sana. Y todos los días cuece una poca únicamente para el desayuno. Dice que el exceso de leche podría ocasionar cáncer, y argumenta su teoría diciendo que todos los mamíferos renuncian a la teta de sus madres porque ya no les hace falta, y que cuando nosotros destetamos, es por una causa obvia: no tomar más leche porque el calcio se consigue de otros lugares.

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