27. La promesa de dos niños

30 4 7
                                    


Hugo


El pistoletazo suena y los cinco corredores salimos disparados. Yo miro al frente con un objetivo claro en mente mientras mis piernas dan enormes zancadas. Mis pies chocan contra el suelo una y otra vez, cada vez aminorando los metros. Sólo son cien metros, sólo cien. No más de diez segundos, me digo. Diez segundos, tengo que hacer diez segundos. Sería un récord por mi parte después de no haber entrenando a esta velocidad desde hace años. Aunque creo que me quedaré cerca de los once... Espero que las últimas semanas sirvan de algo...

A mi lado, Joel da zancadas a la misma velocidad que yo... Recuerdo que de pequeños nos decían en el polideportivo infantil que éramos el dúo perfecto de felinos. Decían que yo era tan rápido como un guepardo y que Joel era tan fuerte y veloz como un puma. Yo era más rápido, él era más fuerte. Pero ahora, podría decirse que él es el puma y yo un guepardo desentrenado y viejo.

No debo de pensar en cosas deprimentes... tengo que llegar a esos cien metros con once segundos como mínimo... Tengo que superar a Joel.

Me giro para observarlo, pero no tengo ni que girarme. Está justo a mi lado, a mi mismo lado, mano contra mano y pie contra pie.

Nuestras miradas se cruzan velozmente, y un recuerdo pasa fugaz por mi mente en los últimos ocho segundos.

«Era una tarde de invierno, los dos éramos niños pequeños que jugaban a ser mayores. En aquellos días tan fríos nos encantaba perder las tardes mirando aquel enorme abeto que había delante de nuestro polideportivo, en la antigua ciudad. Entonces tendríamos apenas diez años y éramos realmente felices. Joel ya tenía el pelo un poco largo cuando era pequeño y manifestaba sus deseos de dejarse una melena lacia y corta toda la vida. Especificaba que jamás se haría un flequillo que le cubriera la frente porque era de chica, como el que tenía y tiene mi hermana. Cuando Iván vino aquella tarde de la peluquería, llevaba uno de esos flequillos que cubren la frente y que tanto odiaba Joel de pequeño.

–Sentimos llegar tarde –se disculpó Marc, el pequeño Marc, que llevaba una fiambrera en las manos con su merienda.

–Culpa mía –sonrió Iván.

–¿Pero qué te has hecho en la cabeza? –gruñó Joel–. Parece que te ha mordido una vaca...

–¿Eh? ¿No te gusta mi flequillo? Mi madre se ha empeñado en que me parezca a la vaca Beti de mi tía abuela.

–¿Beti? –repitió Joel, muy entusiasmado–. ¿Cuándo nos vas a llevar a la granja de tu tía abuela?

Iván se rascó la frente, pensativo. Luego se encogió de hombros y empezó a dar vueltas por el abeto, como si se hubiera olvidado de que estaba hablando con nosotros. Marc puso los ojos en blanco, infló los mofletes y se sentó al pie del árbol antes de abrir su fiambrera. La nieve estaba fría aquel día, como tantas otras tardes. Nos abrigábamos con las bufandas y abrigos que nos habían comprado nuestras madres, excepto Joel y Marc. A ellos se las habían tejido, como no. Mi madre jamás hará algo por mí que le lleve esfuerzo propio.

Estábamos sentados, comiendo los bocadillos que nos había preparado la madre de Marc, cuando empezamos a hablar de los sueños para el futuro.

Marc, que por aquel entonces era un niño alto para su edad, delgado y de mofletes regordetes, tenía el sueño de convertirse algún día en un salvador. Quería ser un héroe como los de las películas. Y lo más cerca que estaba de lograrlo era convirtiéndose en bombero, en policía o en cualquier otra cosa... ¿Quién iba a decirle a aquel niño soñador que en el futuro querría ser fisioterapeuta? Marc era muy tímido de pequeño, casi como ahora, era amable y se preocupaba por todos... Aunque era más miedoso que ahora, pero no con mucha diferencia. Antes creía en zombies, ahora cree en fantasmas. Antes en el monstruo de Frankenstein y vampiros, ahora en almas en pena que erran vagabundas y sueltas por el mundo. De pequeño lo asustaba andar por callejuelas solitarias y ahora le da miedo ir a casas abandonadas. Por lo menos ya ha superado su miedo a las arañas, aunque no a los murciélagos.

Meta tras metaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora