10. Libertad

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Penélope


Jesús se levanta de la cama en cuanto siente que está satisfecho. Yo me enrosco en las sábanas y lo miro con el ceño fruncido, desconcertada. Sabe de sobra que a mí me gusta estar abrazada a él al menos un rato más...

–¿Adónde vas? –le pregunto.

–Mi madre me espera, no quiero hacerla esperar –me responde.

–Últimamente pasas mucho tiempo con tus padres... –le digo abrazándolo por la espalda mientras se coloca los zapatos.

Es un chico de veinticinco años de brazos muy delgados, pelo puntiagudo y orejas pobladas de pendientes. Tiene un poco de barriga cervecera y sus dientes están algo estropeados del tabaco... Todos me preguntan qué veo en él, pero cuando lo conocí no era así y yo tengo que la esperanza de que cambie. Si sigo con él es sobre todo por todo el tiempo que hemos pasado juntos. Además, sus ojos verdes y grandes son muy bonitos, o a mí me lo parecen. Brillan tanto... Siempre me miran con cariño, como si fuera algo valioso que proteger.

Él me acaricia la mejilla y me aparta el pelo castaño, rubio por las puntas.

–Están a punto de separarse, comprende que pase tiempo con ellos... No te enfades, nena.

–No me enfado...

Se levanta y se pone su sudadera blanca. Coge las llaves y el paquete de tabaco y se dispone a salir de la habitación. Antes de eso, le pregunto con recelo:

–¿Puedo salir?

Él se gira y ladea la cabeza, sin comprender la pregunta.

–Con mi hermano... ¿Puedo salir?

Se acerca a mí y me sostiene el rostro con las manos, sonriendo de medio lado como sabe que me gusta.

–Pero si te vas, ¿quién protegerá la casa de los ladrones?

No respondo, me limito a desviar la mirada. Él sostiene mi barbilla en alto, apretando con fuerza, y me planta un beso en los labios.

–Espérame, no creo que llegue más tarde de las once.

Y con estas últimas palabras, sale de la habitación sin decir nada más.

¿Hasta las once?, pienso. Miro el reloj y las manecillas me dicen que son apenas las ocho de la tarde... ¿Por qué gastará tanto tiempo con sus padres? Pero creo que debería hacerle caso... La última vez que salí y cuando él regresó yo no estaba, tuvimos una riña violenta. Eso fue hace tres días, cuando Marc me acompañó a casa. Jesús me preguntó sobre él y me estuvo gritando. Luego me dijo que me quería mucho, que comprendiera que sólo estaba un poco celoso... Yo lo perdoné, claro, por todos estos años juntos. Además, él me mira con tanto cariño que no puede ser mentira lo que dice. Y se le ve tan arrepentido...

Mi teléfono móvil suena y yo me arrastro hacia él.

–¡Vente con nosotros a una pizzería, Lope! –grita una enérgica voz–. ¡Ah, qué mal, podría ser su novio! –susurra hacia otro lado, pero yo la escucho perfectamente.

–¿Para qué me estás molestando esta vez, niño? –le pregunto con una ceja arqueada a Iván.

–¡Marqui y yo hemos convencido a tu hermano de ir a cenar a una pizzería, y hemos pensado en avisarte! Vamos a irnos ya para que te dé tiempo a cenar... Suponiendo que tu novio esté con sus padres como todos estos días atrás. Tu hora de queda es a las once, ¿te vienes?

Pongo los ojos en blanco y cruzo los brazos, alzando la barbilla con orgullo.

–¿Que me vaya contigo? ¿Para que se me pegue algo malo?

Meta tras metaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora