33. Las competiciones regionales (Parte 1)

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Penélope

Ya llevamos tres días de competiciones, hoy es el tercero, y hoy estoy compitiendo yo. Iván ha competido hace un rato y todavía está asumiendo que ha quedado segundo en su categoría y que se ha clasificado para las nacionales. Su salto ha sido increíble, de 4'25 metros. Se ha superado con creces, ni siquiera él se lo ha creído cuando lo ha visto. Pero ha habido uno mejor que él, uno que lo ha superado por diez centímetros más. No me he quedado con su nombre, pero sé que es de otra ciudad. Pero lo más importante, o lo que más parece importarle a Marc, es que Iván haya superado al tal Seba, el amigo de Joel. Yo también me alegro, por supuesto, porque ellos son enemigos nuestros además de rivales.

Yo ya he saltado mis dos primeros turnos, en el segundo he superado mi marca del primero, pero no sé si podré superarla en el tercer intento.

De mi grupo de amigos, sólo queda por competir mi hermano y los chicos de natación. En estos momentos, por desgracia para mí, Marc estará compitiendo en otro lugar del edificio. Con él están Eva, Tatiana, Rufo y Klaus, grabándolo. Conmigo están mi hermano, Víctor, Bea y su novio e Iván y David. Ellos también lo están grabando, aunque la verdad sea dicha, no sé por qué están Hugo, Iván y David aquí. Podrían haberse ido con Marc, de hecho, yo les dije que podían hacerlo así si querían... Joel está en esta pista, por algún lugar de estas gradas. No entiendo por qué mi hermano está aquí, siendo Joel su archienemigo.

En los últimos turnos, miro nerviosa el contador de marcas y resoplo, histérica. En primer lugar está una chica cuyo salto sé que no superaré. Luego la sigue Cristina, que acaba de realizar su último salto colocándose la segunda con 4'20. Demasiado increíble para ser cierto. No voy a superarla jamás.

Queda un turno para que me toque, después, todo estará decidido. Si no logro colocarme entre las dos primeras, no iré a las nacionales. Y si no voy a las nacionales tendré que estudiar mucho para el examen de acceso al siguiente curso y pagarlo con mi dinero. La que gane las nacionales... ni examen ni dinero. ¡Menuda suerte! Ojalá sea como Iván, ojalá pueda ir...

–Suerte –me dice Cristina a mi lado, cruzada de brazos y mirando el salto que se está realizando ahora.

–No seas hipócrita –le espeto yo, alzando la barbilla con orgullo–. Sólo lo dices para quedar bien. Si lo hago mejor que tú quedarás descalificada.

–No confundas mis palabras, chica. No he dicho "espero que me superes", sólo te he deseado suerte. Te he deseado un buen puesto, pero eso no significa que sea por encima de mí.

Me cruzo de brazos y la miro con desdén, irritada. La gente tan descarada y hostil me pone enferma. Además, esta chica tiene algo que me irrita todavía más. Es muy siniestra y antisocial, súper rara. No habla, no escucha y no hace el amago de relacionarse.

–Te odio –le gruño, siendo todo lo arisca que puedo ser. Vuelvo a alzar la mirada con prepotencia y me dirijo hacia el centro de la pista, donde ejecutaré mi salto.

Siento su fría mirada detrás de mí, y me giro un poco para disfrutar con su rabia hacia mí, una rabia de lo más inexpresiva, por cierto. Es como una versión femenina de mi hermano... Por Dios, no creía que hubiera más gente como Hugo por el mundo. ¿No saben lo que es sonreír o es que están tan amargados que no saben parecer felices?

Agarro la pértiga con mis manos después de haberlas untado en polvos, y respiro varias veces antes de correr hacia mi meta. Ejecuto el salto, giro sobre el listón con elegancia y mi corazón se agita como siempre. El viento rompe contra mi figura y siento como, descaradamente, me abro paso a la fuerza entre él. Pero aún así, no veo el listón más lejos que la última vez... Cuando caigo al suelo sé por mi insatisfacción... que no he logrado superar mi récord.

Meta tras metaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora