15. Investigando

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Iván


Por enésima vez en la mañana me pregunto qué hacemos con nuestras vidas. Cuando se terminaron las últimas clases de la universidad de Ríos, hace una hora, Lope tuvo la idea de espiar a los musculitos de natación. Bea aceptó encantada, y yo, que no tengo ni voz ni voto, acepté por obligación. La universidad de Ríos termina las clases el día veintidós a las doce de la mañana para los de primer y segundo curso. Los de tercero y cuarto terminaron ayer, y los de cursos superiores que estén en facultades que necesiten más años de preparación, terminaron hace una semana, por lo menos aquí. Pero los de la Academia Ríos no terminamos nunca, además, es en diciembre cuando más trabajo tenemos por eso de los torneos de la ciudad. A diferencia de la universidad, la academia sólo tiene cuatro cursos, y ninguno especifica de edades. Cada uno cursa el curso que le corresponda en función de la edad con la que entra. Yo estoy en primero, tengo diecisiete años y soy de los que menos necesitan entrenar por ser de primero. La exigencia de entrenamiento viene porque son los de cuarto los que se lo juegan todo en los torneos.

Los torneos se dividen en tres fases comunes para los cuatro cursos. El torneo de la ciudad o zona, que es en diciembre. El torneo regional, que es en primavera contra los ganadores de las diferentes ciudades de una misma comunidad autónoma. Y por último, el torneo nacional que es contra los ganadores de los regionales. Todos los años los cuatro cursos se enfrentan a los mismos torneos, pero sólo el cuarto llega a un cuarto torneo después de los cuatro años... El número cuatro me está resultando mareoso y todo... El torneo final es el internacional, y de ahí sólo los que sean elegidos por sus dotes, podrán llegar a ser olímpicos. Por supuesto estos torneos son sólo cosa de las academias, después del último torneo viene la preparación independiente de todos aquellos que quieran llegar a ser parte de las olimpiadas... Sólo de pensar que me queda tanto tiempo me pongo malo. Y encima no sé si podré ser deportista olímpico por culpa de mi estatura. Pero vamos, yo creo que a la hora de la verdad eso no tendrá nada que ver, o al menos, lo espero.

Llego donde Lope y Bea me esperan con un paquete de donettes para comer. Hoy Marqui y Hugo están entrenando para los torneos, por lo que quizá no los vea hasta por la tarde. Marqui está en la academia, en el pabellón de atletismo, sección de salto de longitud. Hugo se fue a correr solo por ahí como siempre hace. Pensar que participará en los torneos que me da una ligera sensación alegre. Por fin se ha dado cuenta de su error.

–¡Iván, eres un tardón! –me reprocha Bea.

–Perdón, perdón. Es que el baño de chicos estaba un poco lleno...

–Esa excusa está muy vista –bufa Lope, cruzándose de brazos y mirando a otro lado–. Vamos, a este paso me perderé el entrenamiento de Víctor.

–Oye, no me atosigues que todavía me voy.

–¡No, no! –suplica Bea–. Si no tenemos un chico con nosotras se pensarán que somos unas mironas pervertidas.

Me cruzo de brazos y me hago de rogar. Todavía estoy un poco enfadado por el premio de haber ganado el juego de las novatadas. Resultó ser una miserable caja de bombones. Estaban deliciosos y en su momento me puse muy feliz, pero ahora que sólo me quedan ocho me siento decepcionado. La caja contenía treinta y cinco bombones, y por la noche cayeron a mi estómago bastantes. Por supuesto Marqui y Hugo contribuyeron en reducir considerablemente su número. ¡Pero de ahí a que me queden ocho hay un gran paso! ¡Es un timo!

–Mira, Iván, te hemos comprado estos donettes –dice Bea tendiéndome la caja.

Mis ojos se iluminan como los de un niño y sostengo el obsequio como si temiera a que me lo quitasen.

Meta tras metaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora