32. La brisa de Iris

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Iván


Faltan a penas nueve días para las regionales, y estoy tan nervioso como cuando llegaron las de invierno. Al principio estaba tranquilo, como si todo esto no tuviera nada que ver conmigo, pero ahora que vuelvo a estar tan cerca de una competición... los nervios me asolan. Volver a mostrar mis habilidades delante de mucha gente, a un nivel regional... A un nivel muy superior. ¿Seré bueno? ¿Daré la talla? Son las preguntas que inundan mi mente. Todos los días entreno, mis tres turnos, mi récord. No lo he superado desde la última vez. Mis compañeros de cursos superiores se han superado todos, incluso Lope. De primero yo he sido el único en pasar a las regionales representando a la categoría masculina. De la femenina va una chica cuyo nombre no recuerdo. Pero es muy buena, dicen que no mejor que yo, pero cuando la veo saltar... me emociono. Parece un ángel. Dicen que yo me veo igual o incluso mejor, pero es que yo a mí mismo no puedo verme. Confío en hacerlo bien y ya está.

Todos los días voy a entrenar, sin falta. Mi primo Louis me anima a menudo, y los días que como en casa, me encuentro para comer horribles comidas sin estilo. Pero si él lo hace con todo el cariño familiar, entonces eso me basta... supongo. Después de comer en casa, de lunes a viernes, voy con Hugo y Marqui a entrenar, cada uno por su lado. A menudo me encuentro al entrenador Fernández dando órdenes, gritando, aprovechándose de nosotros. Claro, ahora tiene que entrenar a muy poca gente. De atletismo no nos hemos clasificado más de treinta para las regionales, y eso para el entrenador es gloria santa. Acostumbrado a supervisar a cientos de alumnos, que sólo sean treinta, tiene que ser una calma impresionante para su estrés.

Y después del entreno diario, me acerco al club de natación donde entrena David. David siempre es de los últimos en salir de la piscina, porque apura hasta el último segundo para mejorar su práctica. Es, sin duda, el mejor nadador de la academia. Mucho mejor que los de cuarto curso. Es normal, se crió en las playas de Australia, entre ola y ola, y también hace surf en verano. Es admirable.

Mientras David se ducha, yo espero con Lope y Bea a que nuestras respectivas parejas salgan del vestuario. El primero en salir es siempre Víctor, puntual como el tiempo mismo. Siempre le da un beso a Lope, o en la frente o en los labios, pero muy corto y tímido. No le debe de gustar nada manifestar su amor delante de tanta gente. Y en parte me alegro, porque cuando llega el novio de Bea es como si el mundo de su alrededor dejase de existir. Suerte que David y yo no somos así, y nos limitamos a darnos un rápido beso sin importancia o un saludo con mucho sentimiento... como yo le digo. A Bea no le gustó la idea de saber que estaba con David, y su club de admiradoras... Bueno, podría decir que cayó en la banca rota en cuanto nuestra relación se hizo de conocimiento público. Pero no entiendo por qué, sus acosadoras lo siguen acechando desde las gradas, desde los rincones y desde todos los sitios que pueda imaginar. Ya no lo acosan directamente, pero mire por donde mire, siempre hay una chica suspirando por él... Y me encanta saber que tienen que sufrir el saber que David es mío. Quizá suene muy cruel, pero es así. David no me va a dejar por una acosadora.

Hace unas semanas, Saray, la "jefa" de su club de admiradoras, vino a mí y con aires de superioridad me dijo:

–David no es maricón como tú. A él también le gustan las mujeres, porque ha tenido muchas novias a lo largo de su vida. Y que ahora le haya dado por probar niños, no quiere decir que deje lo que su naturaleza prefiere. El amor no ganará siempre, niño, esto no es un cuento de hadas. Y te lo demostraré, tarde o temprano lo dejaréis, y entonces yo acudiré a él y él nos aceptará a todas nosotras. Y no le faltará nunca ninguna mujer, porque en nuestro club, lo compartimos todo. Todo. ¿Comprendes? Así que anda con cuidado, porque a la mínima discusión que tengáis, ahí estaremos nosotras.

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