3. El chico misterioso

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Hugo


El aire suave rompe contra mi piel, provocándome una deliciosa sensación de frescor y eterna vida. Desplazarme entre los árboles cuando la lluvia empapa mis células me provoca una inmensa inmortalidad espiritual. La frialdad del agua y la humedad de hoy hacen juntas la combinación perfecta que alimenta mis pulmones, mi corazón y mi sed de correr. Sólo me apetece correr.

Hace cinco días se me propuso volver al atletismo. Yo me negué rotundamente, y desde entonces no he vuelto a ver al entrenador Fernández. He evadido el tema de conversación con Marc e Iván, y si me pregunta alguien ajeno a ellos trato de ignorarlo. Ya tengo decidido que no regresaré al deporte competitivo. Por Joel, porque él no pudo seguir con su sueño.

Los últimos días he ido poco a la universidad y he evitado lo más posible pisar la academia, ni siquiera para ver a mi hermana. No me apetece ver ese símbolo retador por el que me han ofrecido incumplir mi ideal.

Me detengo ante el estanque de los patos del parque, les echo trozos de pan a los animales y me apoyo en la baranda para observar cómo devoran la comida. Hoy es jueves, y teóricamente debería estar en clase, pero no me encontraba bien. Además, hace un hermoso día para faltar.

Alzo la mirada hacia la lluvia y escucho con detenimiento las gotas de agua romper contra mi capucha. Una gota se escurre por mi mejilla mientras contemplo el cielo con calma, con paz indiferente. Lo único en lo que pienso es en que ojalá este momento durara para siempre.

La niebla, durante el paso de los minutos, se ha vuelto bastante densa desde que llegué al estanque. Me apoyo cómodamente en la baranda y me quedo observando las aguas en las que nadan los patos. Pienso en los problemas de la gente, y que probablemente el mío sea el más absurdo. No debería renunciar a mi sueño de correr sólo porque mi amigo no ha podido continuar con los suyos, pero así pienso yo. Su padre murió y me parece de mal gusto seguir como si nada. Marc e Iván continuaron con el deporte, pero desde que Joel lo dejó, ninguna ha vuelto a correr el relevo.

Decido regresar a casa cuando la niebla se ha vuelto lo suficientemente espesa como para impedirme ver a los patos. Caminando con las manos en los bolsillos y sumergido en mis pensamientos, no veo la figura que se acerca, oscura y borrosa, y choco contra ella.

Es un joven alto, de cuerpo delgado pero musculatura fornida. Está envuelto en una chaqueta impermeable y lleva una gorra negra cubriéndole el pelo. Su cabello, empapado y lacio, le llega casi a las cervicales y bajo la humedad del día tiene un extraño color oscuro. La sombra de su flequillo y de la gorra me impide verle la cara, pero su sonrisa es perfectamente visible... Su sonrisa me... trae recuerdos de alguien...

Me detengo en seco pero él sigue caminando sin borrar esa sonrisilla de gato. Como si hubiera esperado que yo me detuviese, deja mostrar sus dientes levemente. Pero lo único que puedo ver es su colmillo afilado, como si se tratara de un vampiro de las películas.

El joven desaparece entre la niebla y yo me quedo aquí, preso de la incertidumbre. Esa sonrisa me resulta vagamente familiar. Y ese colmillo... Hubo alguien en mi pasado que, si no fuera por su tez morena, habría resultado ser un verdadero vampiro por sus dientes. El único nombre que se me viene a la mente es el de Joel. Pero no puede ser él, porque Joel ya no está. Porque Joel se mudó hace mucho tiempo...

Pero yo ya no vivo en la ciudad de entonces.

En mi casa sólo me espera Marc cuando llego, sentado en el sillón y con la manta de la mesa hasta las orejas. Está leyendo un libro y en cuanto entro al salón, lo primero que me dice sin girarse es:

–¿Dónde has estado? Son las cuatro de la tarde.

–He estado en un bar –le respondo con sinceridad, nervioso.

Meta tras metaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora