11. Decidida a...

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Penélope


Los días siguen pasando, y durante este tiempo me he replanteado seriamente la propuesta de Iván. El nombre de Víctor no desapareció tan rápido como tenía pensado, de hecho, no ha desaparecido. Y sin darme cuenta, he quedado con él dos veces para tomar café. Da la casualidad de que ambos compartimos nuestro amor por los animales tiernos, yo por los gatos en especial y él por los conejos. No obstante, dice que en su casa tiene un pastor alemán que le regalaron sus tíos, terratenientes que viven en Suiza. Se lo compró su tío, casado con una rica heredera suiza, y dice que le hizo mucha ilusión, casi tanta como cuando encontró un perro callejero y lo adoptó. También le gusta leer, sobre todo novelas policíacas, y creo que me dijo que le gustaría ser detective, pero que trabaja en una hamburguesería y afirma que nunca podrá serlo, a pesar de pertenecer a una familia rica -no iría a la Ríos de no tener dinero-. Según me dijo, también es miope y le cuesta ver de lejos.

Hoy, viernes por la tarde, he quedado con él. Y aunque ya estoy de vuelta a casa por una ruta distinta, debo decir que me siento apenada. Siento como florece en mí un nuevo sentimiento que creí olvidado... Tal vez debería hacerle caso a Iván. Jesús al lado de Víctor me parece... ¿cómo lo diría? Es como si comparase beber ron solo a beber agua teniendo sed. Quizá uno sea adictivo, pero el otro sin duda es confortante... Bueno, adictivo tampoco lo diría. Jesús es... Ni siquiera sé si es amigo mío.

De camino a casa me encuentro a mi novio entrando en un edificio que no es el de sus padres. Si no va a ver a sus padres... ¿adónde va? Siento el pálpito de seguirlo, pero por un momento me viene la idea de que me esté engañando con otra o de que esté metido en droga... ¿Cómo he podido estar dos años con él?

Guiada por el asco y la furia, corro hacia mi casa y, una vez en ella, empiezo a sacar toda su sucia y maloliente ropa y la guardo en su maleta. Los paquetes de tabaco, los de mariguana y otras cosas más... ¿Por qué tenía todo esto guardado en mi piso?

Cierro la maleta y la dejo en el salón, secándome las lágrimas con rabia. ¿Cómo pude siquiera entregarle mi virginidad a esta persona? ¿Por qué fui tan estúpida? Sólo quería ser distinta a lo que mi madre esperaba de mí, y al final he terminado por convertirme en la mascota de un estúpido.

Ya le he hablado a Víctor sobre mi novio, y él me ha dado la misma opinión que Marc, que Iván, que Bea y que mi hermano. Cinco personas me han dicho lo mismo... Me han hecho falta cinco personas y dos años para darme cuenta de mi error... Hay otras que jamás lo llegan a ver. Eso sí, si lo echo de casa no lo puedo dejar entrar nunca más, ni siquiera para escuchar sus súplicas. Él no me quiere y yo no le quiero. No hay más que hablar. Además, si por lo que me quiere es por mi dinero, ya le tengo preparado encima de la maleta un buen taco de billetes para que se busque él solo la vida.

Cuando Jesús entra en la casa, yo estoy a punto de dormirme. Pero el verlo entrar me espabilo del todo junto a su hedor a tabaco.

–¿Qué es esto? –me pregunta mirando la maleta sin comprender.

Yo me levanto y trago saliva. Rememoro estos dos años con profundidad, intentando buscar una razón para dejar que se quede... No la encuentro, ni siquiera cuando empezamos a salir. ¡Por Dios, qué ciega estaba!

–Quiero que te vayas...

–¿Qué? ¿Qué dices, nena?

–Déjate de nenas... Jesús, yo no te quiero, y tú no me quieres... Dejemos de jugar a este juego tóxico.

–¿Qué te pasa?

–Te he visto antes entrar en un bloque que no era el de tus padres... Era por temas de drogas o de putas. Bueno, no me importa, la verdad... –Suspiro, tratando de parecer menos hostil y conteniendo las arcadas nauseabundas–. Por favor, Jesús, yo ya no quiero vivir más contigo... Encuentra a una chica que te quiera y se parezca a ti, porque yo no soy ésa.

Meta tras metaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora