16. Tres días antes de competir

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Hugo


Hoy es mi cumple, y podría decirse que tengo la misma ilusión que siente un abuelo cuando va al médico. Me levanto con ojeras y con cara de depresión. Hoy no ha dormido Iván en nuestra casa y es de lo único de lo que me siento feliz. Todos los años me despertaba dando saltos en la cama y siendo tan escandaloso como siempre es. Este año se ha limitado ha mandarme un mensaje de texto con mil frases que se repiten diciendo: «¡Felices veinte, felices veinte, felices veinte...!». Y así por lo menos noventa y siete veces más.

Al salir de mi dormitorio me dirijo al lavabo, donde me lavo la cara y me termino de poner mi ropa deportiva. Y cuando salgo al salón empiezan los problemas del cumpleaños. Mi hermana está sentada en el sofá con montones de revistas esparcidas por la mesa en compañía de su amiga de infancia, Beatriz. Están hablando y riendo, y en cuanto me ven empiezan a felicitarme como si les fuera la vida en ello. Yo simplemente me limito a decir: gracias.

En la cocina está Marc, que me ha preparado un lujoso desayuno como sabe que a mí me gusta. Pan, aceite, tomate por encima con jamón y queso. Hay una manzana, un kiwi y un poco de calabaza asada. Y para beber, zumo de naranja en un enorme vaso.

–¿Qué haces despierto a estas horas?

–Los mensajes de Iván me han despertado.

–¡Pero no tenías que levantarte! –protesta él, dejando la bandeja con mi desayuno en la mesa de madera de la cocina–. Iba a llevártelo todo a la cama.

–Marc, que no he ganado ningún premio. Sólo cumplo veinte años... Cumplir años no es motivo de festejar, sino de llorar. Nos recuerda que nos queda menos en este mundo.

Él se cruza de brazos y me mira con reproche.

–Y también te recuerda que sigues vivo. No seas tan pesimista y disfruta del desayuno... ¿Quieres que me quede contigo o prefieres que me vaya?

Lo miro de arriba a abajo y por su ropa sé que tiene pensado salir.

–¿Adónde vas? –le pregunto tomando asiento a la mesa.

–He quedado con Iván.

–Nada de fiestas, ¿eh? –le recuerdo por enésima vez.

Él sacude la cabeza, ni para bien ni para mal. Nunca me han hecho fiestas, pero no está de mal recordarle lo mucho que las odio. Mi madre siempre invitaba cuando era pequeño a los niños pijos hijos de los compañeros de mi padre. Del juez, de los demás abogados...

–Nos vemos a la hora de comer –le digo yo.

–Que aproveche –me sonríe él, mirando la hora de su reloj negro de muñeca y arqueando las cejas con sorpresa, como si ya fuera tarde. No es propio en él llegar tarde a los sitios, pero por hacerme el desayuno se le ha ido de las manos el tiempo. Le tengo dicho que por mi cumpleaños no tiene por qué hacerme nada, que yo sé hacerme las cosas. Pero él insiste y al final termina por hacer lo que quiere.

Sale de la cocina, se despide de las chicas y cierra la puerta del piso al salir.

Poco después, soy yo el que sale. Quizá sea hoy mi cumpleaños, pero eso no evita que las competiciones sean dentro de tres días. Por lo que me adentro en el parque y empiezo a correr con la música bañando mi interior. Me detengo como de costumbre en el estanque de los patos y les echo migas. Me quedo aquí hasta asegurarme de que todos han comido. Antes de poderme ir, alguien se apoya en la barandilla junto a mi lado.

–Dentro de tres días tú y Joel tenéis que resolver vuestros problemas –me dice el joven.

Me giro hacia él con curiosidad y descubro con interés que se trata del capitán de atletismo de la Víspera. De estatura media, musculatura bien formada, ojos aceitunados y grandes, y expresión dura.

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