26. El duelo decisivo

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Joel


Hoy es día treinta de diciembre, mi día esperado. Ayer diecinueve compitió Eze en la categoría masculina de lanzamiento de martillo, quedando el primero, como cabía esperar. Él tenía la autoestima bastante baja y pensaba que se quedaría el segundo o el tercero, pero este año, por fin le ha tocado a él triunfar. Eso significa que además de ir a las regionales de primavera también ha ganado mil euros que nos vendrán de maravilla. Con ese dinero podremos pagar uno de los favores de Sean -aunque él no quiera- y tendremos dinero suficiente para comer en casa y no en la academia. Con el dinero que le paguemos a Sean -si lo acepta- tal vez se paguen algunas recaudaciones de la academia o el material gastado y roto de estas competiciones. Sean lo usará para eso o quizá para ayudar en cualquier otra cosa. Nunca se gasta el dinero ganado para caprichos, para eso ya tiene el dinero regalado que le envían sus padres. Sus padres son ricos empresarios dueños de una gran franquicia de vinos, y se permiten el lujo de regalarle a su hijo cinco mil euros al mes que sumados a los tres mil que gana él como entrenador profesional, le permiten algún que otro capricho... Pero sus caprichos son los caprichos de todos. No sé en qué gastará su tiempo personal y tampoco es algo que necesite averiguar. Me basta con saber que le va bien la vida.

No obstante, sí estoy un poco preocupado por estas competiciones. A día de hoy todos creeríamos que la deuda de Sean con su hermano -yo diría más bien venganza- quedaría saldada después de estos torneos. Pero hemos comprendido que de eso ni hablar. Sean quiere demostrar que es mejor entrenador, y por lo que llevamos de competiciones, Héctor y Sean llevan a las regionales casi el mismo número de alumnos. Además, por cada curso y especialidad sólo se clasifican tres en las de invierno y dos en las de primavera, por lo que su deuda no quedará saldada tan fácilmente. Entonces, ¿cómo se sentirá Sean satisfecho? Con las nacionales del principio de verano. En ellas sólo gana uno por curso y especialidad en todo el país, y para Sean, ese uno debe ser de sus alumnos. Y para Sean, tiene que haber más número de ganadores en la Víspera que en la Ríos. Naturalmente será difícil que todo el deporte de atletismo sea ganado en las nacionales por miembros de la Víspera -suponiendo que lleguemos tan lejos-, pero Sean se conforma con que nuestro número de victorias supere el de Héctor.

En respecto al pensamiento de Sean yo creo que quizá es un tanto rencoroso, o lo pensaba hasta que me contó su historia. Ahora empiezo a estar también de su parte. Sean era mejor que Héctor en todo menos en el deporte que daba la casualidad de que era lo que más le gustaba. Héctor no tuvo piedad y le restregó todas sus victorias, ocasionando en Sean un odio hacia su hermano mayor inminente. En cierto modo lo entiendo, porque mi entrenador jamás en la vida fue prepotente en sus victorias. Pero también comprendo a Héctor, que al sentirse celoso de Sean se aprovechó del deporte para superarlo y casi hundirlo... Pero yo, personalmente, apoyo más a Sean y no sólo porque sea mi amigo. El deporte era y es lo que más ama mi entrenador, y su hermano le dijo que no servía para nada si no podía superarlo... Héctor ya tenía sus veinte años cuando le hizo aquello.

–¡Oye, oye, hermanito! –exclama el pequeño Justin–. ¿Jugarás con nosotros mañana otra vez?

Marlene, a su lado, se acerca a mí y me mira con ojos de gato suplicante.

Yo sonrió de medio lado y suelto un resoplido que suena a reproche. Mis hermanos pequeños se miran preocupados entre ellos y se aferran a mis brazos, uno para cada uno. Estamos sentados en mitad del salón con un montón de piezas de madera montadas unas sobre otras, formando una gran fortaleza. Frente a ella una muñeca rubia le da la mano a un caballero apuesto. Los muñecos están algo estropeados, pero a Marlene le encantan igualmente.

–No sé, no sé... –me relamo–. ¿Qué me dais a cambio?

–¡Lo que tú quieras, hermanito! –me responde mi pequeña, apretándose a mi brazo con una acérrima esperanza.

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