Prólogo

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Prólogo

Hacía calor. Ambas sentían como las recorría el aire denso. La mujer trató de no darle importancia a las paredes, era un consultorio demasiado chico para su gusto.
—¿Puedes decirme tu nombre?—preguntó la psicóloga. Era alta, con rulos y de unos cuarenta años. Hablaba con firmeza, sin embargo, sonaba amable.
La joven rubia no hizo más que reír. Tenía el cabello desordenado, los ojos desorientados, muy abiertos y alerta. Se empezó a masticar las uñas. La psicóloga dirigió su mirada a ese gesto.
— ¿Para qué pregunta cosas que ya sabe?—respondió ella.
—Bien—sonrió la psicóloga—. ¿Cómo te sientes?
—Vaya al punto.
La doctora gimió, haciendo una mueca y escribiendo algo en su cuaderno. La volvió a mirar. Ambas notaban el sonido de la electricidad dentro de un silencio tenso.
— ¿Qué pasó el veinte de septiembre, linda?
La chica rubia tardó en contestar, sin embargo, lo hizo de una manera muy inteligente:
—Se incendió la casa de la avenida Ren, yo vivo cerca. Llamé a la policía, a los bomberos y a una ambulancia.
—Pero, ¿qué pasó en su casa?—no respondía—. Usted mató a sus padres, señorita.
La mirada de la joven se hizo fuego. Era prudente, sabía como medir las palabras, sabía que, después de todo, esta no era una psicóloga que estaba interesada en ayudarla. Estaba interesada en mandarla a la cárcel.
—No—respondió con tranquilidad.
— ¿Usted tiene familia?
—No.
La doctora suspiró al escribir algo en su cuaderno, nuevamente.
— ¿Sabe que está en graves problemas?
—Yo no maté a nadie, y no dejaré que alguien me toque-levantó la barbilla-. Yo no hice nada.
— ¿Usted tiene un compañero, verdad? Dicen que hacen todo juntos—aclaró la mujer.
—Sí, ¿y?
Él afirmó algo interesante.



Dentro del relámpagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora