Querida mamá

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Querida mamá

Querida mamá, estoy haciendo esta carta a escondidas de la abuela, de Ethan, de todos. No sé si estoy escribiendo a escondidas mías, de mi verdadero yo, ese que me castigaría al tener la mínima cercanía consciente contigo.

Pero, de algún mundo, lo necesitaba. He descubierto que te mandaron a la cárcel, supuse que tu maldad es más grande que tu locura. Es entendible, hasta yo me debatí entre decirte mamá o Cassandra.

Mamá o Cassandra. De alguna forma u otra, lo tenía y tengo que aceptar: eres mi madre. Lo eres, porque me criaste, me enseñaste valores que tú misma rompiste.

Es extraño, los padres quieren que sus hijos sean mejores que ellos mismos. Desean que alcancen el punto máximo de felicidad, el punto máximo del éxito y que los momentos de tristeza sean casi nulos.

Pero tú deseabas que yo no sea, que yo no tenga nada de eso. Es por eso que te escribo, es por eso que necesito hablar contigo. Eres algo así como un dios, les hablamos, pero no nos contestan. Yo no necesito que me contestes, sólo quiero expresarme.

Tengo dieciocho años y hay cosas en mi mente que no lograron cerrarse, que me hacen encontrarme conmigo misma en esas noches de insomnio. Hoy llegué a una conclusión: nada sirve. Aunque pase el resto de mi vida preguntándome cosas sin avanzar, nunca las sabré. Porque no me dirás, no te preguntaré, y nunca nadie lo sabrá.

Entonces, hoy, me decido a avanzar. Hoy te soltaré la mano que te tomé desde pequeña, y tú verás alejarse a esa niña que veías yacer todas las noches en su cama. Esa niña que no amabas, que ni siquiera apreciabas dentro de tu mejor actuación.

De todos modos, crecí. Mi cerebro se encuentra en su capacidad de avanzar, de entender cómo es que las cosas suelen cambiar de un día para el otro, y el ser humano no puede hacer nada más que aceptarlo.

Mi abuela, Enid, es muy inteligente. Sé que no te interesa eso (ni nada que diga en esta carta), pero es algo que quiero dejar salir. Los pensamientos de una persona sabia vuelan libremente sobre el mundo, evitando no ser destrozados y partirse en mil pedazos. La sabiduría no es inteligencia, la sabiduría no es memoria. Tal vez sea conocimiento, o la capacidad de abrir nuestra mente y pensar. Sin embargo, muchos dicen que definir es limitarse, y no hay que limitar a la sabiduría.

Esta carta la escribí sabiamente, procurando no insultarte ni ponerme a llorar y gritar al mismo tiempo. Hasta aquí traté de pensar, de expandir mis conocimientos y dejarme fluir con las palabras. Pero, a pesar de tanto esfuerzo, no lo logré. A partir de ahora escribiré sin sentido alguno (evitando maldecirte una y otra vez) hasta que mi mente quede vacía. Vacía como tu corazón cuando veías a ese bebé, a esa niña, a esa adolescente una y otra vez; la imaginabas llorando mares y rompiendo carcajadas, pero seguías con ese plan de muerte.

Pero te juro que las palabras son importantes, mamá, sí, te diré mamá. Porque dentro de treinta años seré una directora de cine oficial, pero no tendré el gusto de filmar sobre ti. No tendré el gusto de hablarte nuevamente, de visitarte, ni siquiera haría una mueca de pena. Porque no me reiré, no lloraré, no detendré la lluvia ni me esforzaré por ver el viento, nunca más haré algo imposible para o por ti. No, ni siquiera te tendré presente.

Porque no me quiero reír de ti, tampoco quiero tener pena. No te mereces nada, ni siquiera esta estúpida carta.

Sí, se me ha salido un insulto. No interesa, ya nada interesa si tiene que ver contigo y la poca persona que eres.

Muchas veces me pregunto si sigo amándote. Antes pensaba que el amor podía irse; pero hoy, al tener una experiencia, al poder hablar más allá de argumentos contados, puedo decir que eso es mentira.

Sí, el amor no se va, ¿sorpresa, mamá? Un sentimiento tan fuerte, tan impresionante, no expira nunca. Yo te amo, mamá. Amo a la mujer que me cuidó, que me enseñó cosas, que dijo que daría todo por mí y yo, por ella. Y la sigo amando, pero eso no significa lo que piensas. Tú cambiaste, todo eso era mentira. Me voy a contradecir: no te amo. Porque yo amaba a la persona que me mentía, que decía quererme, que decía ser mi única familia. Hoy entiendo que sigo amando a esas mentiras, no a la persona.

Tal vez no lo entiendas, no sé si me quisiste alguna vez. Pero me entristece saber que voy a seguir amando a las mentiras, y no a ti.

No te confundas, no soy una niña que irá corriendo a tus brazos. Porque, a pesar de sentirme sola, de extrañar las mentiras, de hundirme en el vacío más oscuro... tus brazos siguen siendo fuego que conspira para quemarme.

No voy a seguir gastando mi tiempo en ti (irónico, ¿verdad?), por eso me despido. Por eso te digo adiós para siempre. Por eso me obligaré a convivir, no a olvidar. Porque, si olvido, desaparecerá Enid, Ethan, tú. Y si desapareces tú, yo caeré nuevamente en las mentiras, nuevamente en tus brazos.

Por primera vez diré algo positivo, algo que en verdad creo. Te fuiste, pero llegaron personas. Personas que quiero, que no me hacen sentir tan sola. Sé que no debo aferrarme a nadie, sólo a mí.

Pero es mejor que aferrarme al frío fierro de una celda como la tuya.

Con cariño,

Em.


Hola, y perdón. En serio estuve ocupadísima, y esta carta/capítulo expresa mucho los sentimientos de Emma. Necesitaba que ustedes estén conformes, que yo esté conforme. Me tomó tiempo hacerla, ¡y todavía falta el epílogo! 

Nos leemos una vez más.


Dentro del relámpagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora