Capítulo 28

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Capítulo 28


Miré sus ojos marrones algo distorsionado a través de la oscuridad en la habitación. Su cabello marrón estaba algo despeinado y su piel brillante por el sudor. Mis ojos se dirigieron a sus manos, tenía un arma como yo.

Volví a sus ojos y tuve ganas de llorar. Porque esos ojos eran de la persona que más había amado en el mundo, por la única que hubiera dado la vida, la mujer sublime que siempre lograba tranquilizarme cuando colocaba mi cabeza en su pecho. A mi ídola, a la chica que tanta confianza le tenía, a la que tanto amaba y admiraba.

—Créeme, si no fueras tú ya te hubiera matado —comenzó Cassandra con una voz tranquila y bajo control, pero era gravemente penetrante en mis oídos—. ¿El error de un buen plan? Contarlo, darle parla a alguien que fácilmente podrías matar. Al relatarle la causa pierdes tiempo, y perder tiempo es triste, es malo.

Yo no hablé, sólo miraba, tratando de encontrar una explicación.

—Pero, aunque nunca te amé, hice un buen trabajo como madre, Emm.

—Una madre que no ama... no es una madre.

Ella rió y reposó su espalda contra la pared, mirándome con gracia.

—Como sea, hice un trabajo admirable.

—Créeme que no, criaste a una chica que tiene un lío en la cabeza —escupí con sorna.

Ella acarició a su arma como si fuera su pequeña beba. Pero esa era yo, yo tendría que ser su pequeña beba, yo tendría que ser su hija.

Pero a los hijos se los ama, se los cuida a pesar de todo. Y ella me jodió la vida.

—Cuando tenía seis años tu abuelo ahorcó a su empleado porque no le trajo su café a la hora dicha, todo frente a mis ojos —miraba a un punto fijo fuera de mi cuerpo. Se escuchaba la corta respiración de Ethan—. Para mi papá era muy normal hacerlo. A los siete mató a mamá con una bala en el pecho. Con doce años tuve mi primer novio fuera de todo ese ámbito, sólo nos tomábamos de las manos y algún que otro roce de labios, éramos niños. Mi tío lo mató a diez puñaladas —ella pellizcó el puente de su nariz—. Ahí entendí en qué mundo me tocó vivir. Tomé un arma y maté a mi tío junto a Fred.

>>Desde ese momento nos volvimos los mejores amigos asesinos. Sonará extraño, pero matar era de lo más normal para mí. Entonces apareció el dinero, toda esa fuente de plata... montones de plata —sonrió—. A los dieciséis hicimos un plan: atacar Ren. Créeme que llevó trabajo: matar a las personas, enamorar a tu padre (heredero de toda esa fortuna), conseguir equipo, personas que hagan el trabajo sucio... todo.

Yo estaba realmente sin moverme, casi sin respirar.

—Todo iba perfecto, todo iba a ser mío, sólo faltaba alejar a la vieja de tu abuela y matar a tu padre —me miró y guiñó un ojo—. Cosa que hiciste por mí, gracias, cariño.

Abrí la boca, pero me interrumpió. Dirigí mi mirada hacia su arma, me apuntaba discretamente.

—Todo sumamente bien, hasta que tú naciste. Tú y ese estúpido detrás de ti —masculló—. Arruinaron todo; todo lo planeado, todo lo calculado y todo nuestro futuro.

>>Fred y yo estábamos siendo vigilados por la policía por ciertas sospechas, estábamos en problemas. Antes de salir con tu padre tuve que ir a citas con una psicóloga, Fred metió la pata cuando se descontrolaba (afirmaba cosas inciertas) y casi vamos a la cárcel. No podía salir ilesa de asesinar a mi familia, asesinar a tu padre, a Ethan y a su madre, a tu abuela y a ti. Se darían cuenta y todo se iría a la mierda.

Dentro del relámpagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora