Capítulo I

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—¿Qué te parece esta, Lena? Es espaciosa, está en una zona tranquila, y además, ¡el alquiler es una ganga!

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—¿Qué te parece esta, Lena? Es espaciosa, está en una zona tranquila, y además, ¡el alquiler es una ganga!

Sonreí al notar el claro entusiasmo de mi amiga. Sin duda, este apartamento era un auténtico regalo, y más que perfecto para nuestra nueva vida independiente. Rumanía era un país en el que podía comenzar de cero y pasar desapercibida; un lugar remoto en la Unión Europea que carecía de gran repercusión a diferencia de otros lugares. Me había costado sudor y lágrimas reunir el suficiente dinero como para estar aquí, pero al fin ya no era más un simple sueño adolescente. Siempre había querido pisar la tierra natal de mi padre, pero gracias a su repentina muerte y el gran número de deudas que le cedió a mi madre en su lugar, a ella le aborrecía la idea de tan siquiera acercarse a este país.

Ravi, mi compañera, se paseó con admiración por el espacio hasta perderse por el pasillo principal. Sus pequeños chillidos de emoción al ir abriendo cada puerta del apartamento me hacían soltar una risa.

—Entonces, ¿qué les parece?

—Es perfecta —giré mi rostro para hacer contacto con el casero, quien esbozaba una sonrisa y esperaba con paciencia nuestra decisión—. Nos la quedamos.

Sus cansados ojos grises se iluminaron y Ravi apareció por el pasillo con un buen humor contagioso, apoyando mi decisión.

—¡Perfecto!, solo queda que firmen el contrato y listo —nos cedió un oscuro bolígrafo que ocultaba en el bolsillo trasero de su pantalón. Mi amiga se lo arrancó de las manos al momento y garabateó su nombre con entusiasmo. Cuando hube firmado yo, el casero se guardó de nuevo el bolígrafo y dobló la hoja para llevársela.

—Bien, Ravi, ahora solo queda ir a comprar comida y sábanas nuevas —ella arrugó el entrecejo sin comprender—. Al menos hasta que limpiemos las que están puestas.

—Oh, no se preocupen por eso —levantó una mano y la agitó en el aire, restándole importancia—, el apartamento ha tenido mantenimiento semanal. Las sábanas, por supuesto, están limpias.

—¡Bien, un problema menos!, ¿escuchaste Lena? —sonreí después de dar un leve suspiro. El hombre nos dio dos copias de las llaves y se despidió de nosotras antes de salir por la puerta. Había sido bastante amable, sobre todo después del espectáculo de Ravi en cada piso del bloque que nos mostraba. Aún no sé cómo este le consiguió gustar lo suficiente.

Nada más quedarnos solas, se acercó hasta mi y me rodeó los hombros con su brazo izquierdo.

—Ahora, tú y yo —nos señaló con el dedo índice a ambas— nos vamos de fiesta, ¡hasta el amanecer!

—No, Ravi —me miró y sonrió de medio lado, asintiendo con la cabeza—. Dije que no, acabamos de llegar y ya quieres perder la conciencia.

—Pero por supuesto, ¡estamos en Rumanía, hay que disfrutar!

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