Capítulo XXXIV

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Vlad entrelazó su mano con la mía y caminó por los oscuros pasillos del castillo llevándome con él

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Vlad entrelazó su mano con la mía y caminó por los oscuros pasillos del castillo llevándome con él. Era muy fácil observar cada detalle del lugar, incluso con la inmensa penumbra que nos rodeaba, mi nueva vista era demasiado preciada, y lo agradecí en silencio.

Mis pensamientos sobre mis nuevas facultades como vampiro se vieron interrumpidos al llegar a nuestro destino: las escaleras del torreón. Él se giró para observarme durante una fracción de segundo, lo suficiente como para apreciar su sonrisa extendida en su rostro, y comenzó a subir las estrechas e inclinadas escaleras. Tal y como recordaba, la pequeña puerta de madera roída se abrió con un chirrido, y nos adentramos juntos a la estancia antes de que él la cerrará a mis espaldas.

Sus ojos rojizos conectaron con los míos con una mirada curiosa, preguntándome algo de forma casi imperceptible. Mis párpados se cerraron con suavidad y mis labios dibujaron una sonrisa mientras todos los recuerdos como Ilona venían a mi mente en forma de cascada.

Podía escuchar el sonido de nuestras risas en el lugar, flotando en el aire. El aroma de las flores que usaba para adornar mi cabello; el calor de nuestros cuerpos humanos y el humo de las velas encendidas y el incienso.

—¿Lo notas? —preguntó lentamente—. Siempre que entraba aquí nuevamente, me chocaba en el rostro esta sensación: estamos impregnados en este lugar.

De forma inconsciente sonreí en su dirección, hasta que el pequeño y casi inaudible llanto de un bebé se coló entre mis recuerdos. Por mí cabeza pasaron imágenes de su pequeña cabellera dorada y sus ojos azules como el cielo, al igual que sus pequeños dedos sujetando mi mano y riendo.

Suspiré con añoranza en dirección a Vlad y él me observó.

—¿Qué fue de Mihnea, nuestro hijo? —miré nuestras manos unidas y acaricié con mi pulgar su piel—. Él... ¿Él fue feliz?

—Sí, lo fue —sonrió—. Estuve a su lado hasta su último aliento, siempre cuidé de nuestro pequeño, Ilona —una sonrisa asomó de forma tímida su rostro, como si estuviera recordando buenos momentos—. Él se parecía mucho a ti cuando creció, ¿sabes? Tenía tú misma mirada astuta y curiosa. Nunca quiso ser inmortal, prefirió terminar su existencia como humano; en su último momento, lo llevé lejos y lo enterré.

Comencé a llorar al recordar a mi pequeño hijo, pues me había perdido su vida y nunca pude ver su hermoso rostro por segunda vez.

—Mihnea tuvo muchos hijos, y estos a su vez también tuvieron numerosos herederos —explicó Vlad—. Observé a nuestros nietos en la distancia, pero llegó un momento en el que la descendencia era demasiado extensa y se expandió hacia otros lugares. No podría decirte con seguridad quién lleva nuestra sangre a día de hoy, pero si no me equivoco, es probable que tú misma la tengas en tus venas.

Lo dudé por un segundo, pero más tarde analicé sus palabras con detenimiento: mi padre era rumano de nacimiento, había muchas posibilidades de que fuera un descendiente de Ilona y Vlad, y que gracias a esa sangre que corría por sus venas, de alguna forma, naciera yo. Podía sonar casi retorcido, pero era más lógico pensar en esa posibilidad: que Ilona reencarnara en alguien que tuviera su sangre.

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⏰ Última actualización: Jan 15, 2022 ⏰

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