Capítulo X

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Los latidos de mi corazón retumbaban como martillos en mi cabeza, y ese punzante dolor hizo que poco a poco despertara

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Los latidos de mi corazón retumbaban como martillos en mi cabeza, y ese punzante dolor hizo que poco a poco despertara.

El constante sonido de unos sollozos se incrustó en mi mente, y pestañeé varias veces para acostumbrarme a la luz que apuntaba a mi rostro. La habitación era pequeña y oscura, alumbrada solo por una lámpara en el techo y con un fuerte olor a humedad. Me incorporé poco a poco y llevé una de mis manos a mi cabeza cuando sentí una punzada en la parte de detrás. Aún tenía mi uniforme del trabajo, aunque bastante sucio y un poco roto.

¿Hola?

Di un respingo al escuchar esa pequeña voz y me giré para encontrarme con su dueña. En el cuartucho habían otras cuatro mujeres más, con sus ropas al igual de sucias y roidas -incluso puede que más que la mía-, mientras me miraban con atención. Una de ellas tenía los ojos cristalizados y las mejillas húmedas, y supe que de ella venían los sollozos que escuché.

La que habló en primer lugar se acercó despacio hasta mí y se arrodilló a mi lado, intentando llevar su mano a mi frente y verificar si tenía fiebre.

¿Quiénes sois?

Yo soy Fionna —susurró, y me dedicó una sonrisa sin sentimiento alguno—, y ellas tres son Juliane, Ivana y Gabriela —señaló a las tres mujeres que se acurrucaban juntas en la esquina del lugar—. ¿Y tú eres?

Lena —miré de arriba a abajo a la rubia frente a mi que me miraba con amabilidad. ¿Por qué estabamos aquí? ¿Habíamos hecho algo malo? Ellas parecían tan inocentes—. ¿Qué es este lugar?

Fionna se sentó a mi lado y rodeó con sus brazos sus rodillas. Se notaba cansada y desecha, con dos grandes ojeras bajo sus ojos castaños y un semblante de resignación en su mirada.

Estamos en un sótano en alguna parte de los bosques de Transylvania. No lo sé con exactitud, nadie lo sabe —la chica de pelo negro llamada Gabriela comenzó a sollozar nuevamente, y las otras dos se abrazaron más hacia ella—. Antes éramos unas veinte; cada cierto tiempo traen más y se llevan a grupos de cinco. Supongo que las próximas somos nosotras.

La sangre se me heló ante sus palabras y la miré con duda. ¿Qué quería decir? ¿Llevarnos a dónde? Cuando nuestras miradas se encontraron esbozó una sonrisa y comenzó a hablar, adivinando la pregunta que tenía en mente.

Ellos nos han atrapado y nos van a subastar.

¿Qué?

Me levanté de un salto y me alejé de ella. Los cuatro pares de ojos se posaron en mí, con la tristeza reflejada en sus rostros y casi me atraganto con mi propio nudo en la garganta.

¡¿Subastarnos?! ¡¿Como objetos?! —grité, tenía que estar de broma—. ¿Quién diablos nos ha traído aquí y por qué? ¿Por qué nosotras? ¿Quiénes son ellos?

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