Capítulo XXXIII

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Mis sentidos estaban en máxima alerta, era como si explotaran todos a la vez en mi cuerpo, haciéndome sentir al máximo cada cosa que estaba a mi alrededor

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Mis sentidos estaban en máxima alerta, era como si explotaran todos a la vez en mi cuerpo, haciéndome sentir al máximo cada cosa que estaba a mi alrededor.

Llegué con demasiada rapidez hasta donde se encontraba Eirene, tanta, que apenas me dio tiempo de frenar cuando la vi saltar sobre mí como un felino. No controlaba mis poderes tanto como hubiera querido, por lo que casi me voy de cara al suelo, aunque logré mantener el equilibrio justo un segundo antes de que ella alcanzara a arañar mi rostro con sus garras.

La esquivé moviendo la mitad de mi cuerpo hacia detrás mientras ella caía frente a mi. Barrió con su pierna derecha mis pies, haciendo que cayera de espaldas al piso y me sujetó del cuello con ambas manos. Comenzó a ahogarme inmediatamente, concentrando toda su fuerza en apretar sus dedos, hasta que con mis manos la sujeté por los hombros y la quité de encima de mi cuerpo, tirándola hacia un lado. 

Eirene, con rabia, conectó sus ojos a lo míos y se abalanzó nuevamente: logró sujetar mi brazo y con una fuerza sobrehumana me lanzó hasta el árbol más cercano del jardín, haciendo que mi espalda impactara contra el grueso tronco de madera. Gemí por el golpe y sentí una mano agarrar con fuerza mi cabello antes de poder ponerme en pie.

Su suave risa de victoria hizo que me hirviera la sangre.

—Bastarda, ¿de verdad pensabas que iba a ser tan fácil enfrentarte a mí? —jaló de mi cuero cabelludo y apartó de un manotazo el puño que intenté impactar en su rostro—. No eres la primera que ha intentado quitarme lo que me pertenece, ni tampoco serás la última, pero te enseñaré las consecuencias.

Su rostro se deformó cuando abrió sus ojos y boca al máximo, dejando ver sus intensos iris rojizos y su gran dentadura afilada; amenazante. Justo antes de llegar a mi piel, por inercia, cogí impulso e impacté con demasiada fuerza mi cabeza contra su mandíbula. Eirene quedó ausente durante un segundo por el golpe, y lo aproveché para lograr girar la muñeca del brazo que me sujetaba del pelo, torciéndola de forma dolorosa. Su grito inundó el ambiente, y me levanté con rapidez de mi posición mientras se sujetaba su inutilizada mano y sangraba por la boca; tal vez le había roto uno de sus caninos.

Ella escupió la sangre que se acumuló hacia un lado, y miró hasta donde se encontraba el resto de su enjambre de vampiros, totalmente inmóviles viendo la escena con los brazos cruzados. La vampiresa comenzó a hiperventilar al ver que nadie iba a socorrerla o interceder por ella. Abrió su boca nuevamente hacia mí para gruñir de forma amenazante y entonces comprobé que de verdad le había roto uno de los afilados colmillos que lucía. Retrocedió unos pasos hacia detrás, adoptando nuevamente una posición amenazante, y procedió a atacarme por segunda vez. Sin embargo, Eirene estaba herida, y ese dolor punzante la volvió más lenta y torpe en su arremetida, por lo que fácilmente la esquivé esta vez y con mis uñas arañé su rostro de un zarpazo. 

La rubia gritó por el escozor de la gran herida que ahora adornaba su rostro y se palpó con cuidado los profundos cortes mientras se giraba para encarar mi rostro. Empezó a gruñir e hiperventilar desesperadamente, como si sintiera demasiada impotencia al ver cómo una vamaineri estaba ganando la batalla. Eirene entonces reaccionó; miró con ira hacia donde se encontraba parado su ejército, imperturbables, y comenzó a gritar.

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