Capítulo IV

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Parecía que, de un momento a otro, la frágil y dorada máscara se rompería entre mis manos por la fuerza con la que la aferraba. Sin dudarlo, coloqué el objeto sobre mi rostro, y tras asegurarme de que no se movería de su sitio, comencé a caminar. El repiqueteo de los tacones sobre el suelo de piedra lisa me hacía un innecesario foco de sonido que captaría la atención y, como si hubiese leído mi pensamiento, el fornido hombre que vigilaba el gran portón posó su mirada sobre mí.

No cabía duda alguna de que me analizaba en la distancia. Mientras más me acercaba, más se entrecerraban los ojos del guardia con desconfianza, mientras me escrutaba de pies a cabeza, como a un simple animal perdido. Tenía que inventarme una excusa, algo lo suficientemente inteligente como para asegurarme la entrada, porque después de todo, estaba segura de que me pediría explicaciones si quería acceder al castillo. La necesidad de frotarme las manos con nerviosismo se hizo presente casi como un impulso, sin embargo, me reprimí con esfuerzo, y apreté los puños a cada lado del vestido, intentando disimular. Él, concentrado en su misión de observarme con lujo de detalles, no se movió un centímetro de su lugar cuando llegué a su frente. Sus ojos eran fríos e impertérritos, y su mirada sostuvo la mía lo suficiente como para que un escalofrío me recorriera toda la espalda.

Qué miedo.

—Yo, ah... vine po-

La palma de su mano se colocó frente a mi rostro, pidiéndome que mantuviera silencio, al mismo tiempo que se inclinaba hacia mí. Abrí mis ojos sorprendida cuando, el mismo imponente hombre que parecía clavarme dagas heladas segundos antes, inspiraba con fuerza cerca de mi clavícula y sonreía. ¿Qué estaba haciendo?, ¿era una costumbre transilvana, o el grandullón con cara de pocos amigos se intentaba sobrepasar conmigo? De cualquiera de las formas, cuando mi boca iba a expulsar una serie de barbaridades contra el hombre, este se apartó con rapidez y recuperó su postura erguida e indiferente. Su cuerpo se movió a un lado y con una gran mano, abrió el pesado portón hacia el interior, dejando el camino libre hasta la entrada.

Buena calidad —sentenció, con un acento rumano que, ante todo, resaltaba diversión—. Puede pasar, señorita. Espero que disfrute la fiesta.

Le dediqué una última mirada antes de comenzar a andar de nuevo, manteniendo mi mentón en alto para aparentar la seguridad que, definitivamente, no tenía. ¿Buena calidad?, ¿qué quiso decir con eso? Sabía que eran medio raros, incluso hasta podía llegar a pensar seriamente lo de el SM, sobre después del numerito de Jake por teléfono, pero, ¿buena calidad?, ¡parece que me van a vender en el mercado de esclavos!

Y para darle más drama al asunto, el interior de ese condenado lugar no parecía de este mundo. Ni siquiera de este siglo. Me obligué a bajar las escaleras para no llamar la atención, pero realmente tenía ganas de darme el gusto, y quedarme parada para contemplar lo que tenía en frente.

Eternity ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora